EMANUEL MORDACINI -.
Cuando era niño mi pasatiempo favorito era ir al videoclub de mi pueblo. Se trataba de un lugar especial, atendido por un señor bonachón llamado Félix. El local tenía una particularidad; contaba con una habitación especialmente equipada para ver películas. Se trataba de una hermosa sala con videocasetera, televisor y dos cómodos sillones. Allí pasaba la mayor parte de mi tiempo, amaba ese lugar. Eran los 80 y el VHS comenzaba su reinado. Nada me emocionaba más que esperar la hora de la siesta para partir rumbo al videoclub a ver mi película preferida. En esa época Stallone y Schwarzenegger batían récords de taquilla, y Chuck Norris era algo parecido a un héroe nacional. Recuerdo el primer film que miré en ese videoclub, fue en 1989, con dos compañeritos de la escuela. Ellos pugnaban por mirar alguna de las películas de la saga de “Rambo”, pero yo logré persuadirlos. La película se llamaba “Invasión total” y era uno de esos tantos films clase B que abarrotaban las estanterías en ese entonces. La vimos y yo recuerdo haberla disfrutado enormemente. Se trataba de un largometraje post apocalíptico con mucha violencia y escasos recursos económicos, algo así como una pulp fiction ochentera. La película me marcó a fuego, me obsesionó. En mis juegos de niño solitario fantaseaba con que era el héroe de la cinta, el protagonista excluyente de la historia.
Cuando era niño mi pasatiempo favorito era ir al videoclub de mi pueblo. Se trataba de un lugar especial, atendido por un señor bonachón llamado Félix. El local tenía una particularidad; contaba con una habitación especialmente equipada para ver películas. Se trataba de una hermosa sala con videocasetera, televisor y dos cómodos sillones. Allí pasaba la mayor parte de mi tiempo, amaba ese lugar. Eran los 80 y el VHS comenzaba su reinado. Nada me emocionaba más que esperar la hora de la siesta para partir rumbo al videoclub a ver mi película preferida. En esa época Stallone y Schwarzenegger batían récords de taquilla, y Chuck Norris era algo parecido a un héroe nacional. Recuerdo el primer film que miré en ese videoclub, fue en 1989, con dos compañeritos de la escuela. Ellos pugnaban por mirar alguna de las películas de la saga de “Rambo”, pero yo logré persuadirlos. La película se llamaba “Invasión total” y era uno de esos tantos films clase B que abarrotaban las estanterías en ese entonces. La vimos y yo recuerdo haberla disfrutado enormemente. Se trataba de un largometraje post apocalíptico con mucha violencia y escasos recursos económicos, algo así como una pulp fiction ochentera. La película me marcó a fuego, me obsesionó. En mis juegos de niño solitario fantaseaba con que era el héroe de la cinta, el protagonista excluyente de la historia.
Seguí yendo a
ver películas al videoclub, la mayoría de las veces solo, otras con algún
compañero ocasional. Continué yendo a ese reconfortante refugio de cine hasta
sobrepasados mis trece años. Recuerdo muchos títulos, algunos quedaron en la
historia, otros desaparecieron para siempre. En ese momento, el cine clase B
ocupaba un espacio de relevancia dentro de las estanterías con películas
baratas hechas a pulmón, generalmente producciones que explotaban géneros
populares como la ciencia ficción, el terror, el gore y la acción en todas sus
variantes. Se trataba de disfrutar y no pensar demasiado en lo que se estaba
viendo, algo que a nosotros, los niños de aquel entonces, no nos costaba
demasiado. Así las cosas, en ese improvisado cine de pueblo se mezclaban
grandes producciones de Hollywood con lo más bizarro de la serie B. En ese
videoclub me encontré con la saga de “Terminator”, con “Back to the future”,
joyas delirantes como “Critters”, “Piranha” y los grandes monstruos de los 80;
Freddy Kruegger, Michael Myers, Jason y los demonios cenobitas de Clive Barker.
Vi muchas películas en el videoclub de mi pueblo, pero la cinta inaugural, la
que inició mi relación con el cine, permaneció latente en un lugar de mi cerebro;
“Invasión total”, mi primera película elegida a conciencia, la que logré
imponer por sobre mis dos compañeritos cuando apenas contaba con diez años de
edad.
La adolescencia,
los problemas de la juventud y mi creciente interés por los grandes directores
hicieron que me olvidara de aquella película, y tuvieron que pasar décadas para
que volviera a recordarla, con más de treinta y abrumado por la nostalgia. Tenía
pocas imágenes del film, no me acordaba de nada, excepto de su portada. Sí, de
su portada. La recordaba como la primera vez, allí se veía al héroe empuñando
un arma futurista en un paisaje apocalíptico y cibernético, mientras un rostro
monstruoso asomaba desde los cielos amenazantes. Entonces me propuse hallar esa
gema, encontrar ese lejano primer film que había visto en el videoclub de mi
pueblo. ¿Cómo hacerlo? No sabía su título original, no conocía su director ni
sus actores, apenas poseía el neblinoso recuerdo de su portada. Mi cruzada
parecía un caso perdido, esa entrañable película estaba destinada al olvido
eterno. Probé escribiendo su título en Google, pero la búsqueda no arrojó
ningún resultado. “Invasión total” no existía, era poco menos que nada, apenas un
borroso recuerdo infantil. Finalmente, por una feliz coincidencia, di con un
sitio web tan extraño como delicioso; www.rarovhs.com.ar,
una suerte de arca donde están guardadas
todas esas joyas cinematográficas de otros tiempos. Y sucedió lo que yo creía
imposible; hallé la película, mi película. “Invasión total” resultó ser una
explotaition italiana claramente inspirada en “Escape from New York” de
Carpenter, su título original era “2019 - Dopo
la caduta di New York”
o bien “2019- after the falls of New York”. Y allí, en la fría
luminosidad de mi ordenador, estaba la portada, el afiche, el rostro del film.
Era tal como la recordaba, y la remembranza de mis lejanos diez años me golpeó
como un latigazo, y una emoción extraña y angustiante me oprimió el pecho. Por
supuesto, busqué la película en Internet y la miré días después en casa de un
amigo. ¿Y qué sucedió entonces? Nada, absolutamente nada. No recordé ningún
mísero fotograma, ni una puta escena, nada de nada. La película estaba ahí,
pero faltábamos nosotros, los niños de los años 80, y comprendí que mi búsqueda
había resultado inútil.
Tengo 36
años, Félix murió hace tiempo y el videoclub de mi pueblo ya no existe, y algo
de mi niño interior se marchó para siempre con todas esas cosas. El cine crece
al compás de nosotros. Indudablemente, el tiempo es un enemigo tirano.
2 Comentarios
Frescura y talento para retrotraernos a un mundo añorado. Excelente como siempre, estimado Emanuel.
ResponderEliminarQué bonitos recuerdo me trae tu evocación. Muy buen texto, Emanuel.
ResponderEliminarSaludos y espero seguir leyéndote por acá!