Por fin: la vida


ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Nada mejor para Colombia, en estos días de incertidumbres aciagas, que una buena noticia. Éstas lo son no solo por los conjuros de su anuncio sino también por lo que arrastran en los caminos largos, esforzados, de su obtención. Es decir no se deben a las buenas nuevas del caprichoso azar, cuyo acontecer sorpresivo puede ser venturoso o infortunado. A la que aquí nos referiremos pertenece a las bienaventuranzas producto de la justicia, el rigor, el sentimiento noble de convivencia, el rechazo al hastío asquiento de la violencia y su voracidad. Neptuno embravecido.

Tantos años de conflicto terminaron por restar humanidad a la vida colombiana. Quienes con ingenuo análisis pensaban que el conflicto era un problema del monte fueron padeciendo una anomalía que filtraba todos los órdenes de la existencia. Aún se recuerda con espanto uno de los primeros secuestros, de una niña, en Bucaramanga, en la segunda mitad del siglo pasado. Y hasta la diferencias afectivas se resolvían con ácidos tirados al rostro. Espantoso mensaje de: no quiero soñarte jamás.

Lo que se anunció en La Habana, en punto al diseño de una justicia para purgar y reparar determinadas acciones y conductas, devuelve a tantos la desaparecida esperanza, la que Malraux desentrañó de la sangre misma de la guerra.

Perece mentira que disfrazadas con los apolillados ropajes de ideologismos de ocasión, de argumentaciones de picapleitos, de venganzas sin solución, aún se oigan voces llamando a continuar los tiros, de donde envueltos de sangre y dolor, sacan sus míseros dividendos. Paz ya. Esperemos que a estos pobres seres, la bendición de Francisco, les exorcice el coco y les devuelva el alma, o se las lave. Paz ya.

Como con la mentira y los intereses minúsculos no hay posibilidad de debate, habría que recomendar no oírlos más. No se debe recomendar la siquiatría porque fue un tratamiento predilecto de los totalitarismos. Tal vez callarse, oídos sordos, acaben con el soliloquio de la locura y los recluya en el silencio del mudo.

Una consecuencia, entre tantas virtuosas de lo logrado en La Habana, consiste en que Colombia se zafará para siempre de esa concepción compasiva del eurocentrismo de clasificarnos como el buen salvaje, el bárbaro.

La cuidadosa construcción jurídica de una jurisdicción apropiada para resolver el mal de mucho tiempo, empieza a ser admirada en el mundo.

La hipócrita algarabía de cómo se les ocurre mancillar las armas de la república poniendo a los soldados al lado de los combatientes de la sublevación, apenas es eso: ladridos hipócritas. No es posible inadvertir que el poder de destrucción de la violencia incluso pervirtió a las fuerzas del Estado. Quisieron combatir al levantado con los mismos procedimientos irregulares. Allí el problema. Quien ejerce la autoridad tiene reglas. Debe honrarlas.

Bienvenida la paz.

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