Advertencia de los años

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

La vida ofrece consuelos y hay que aprender a recibirlos. No es fácil establecer si se trata de guiños amables ante el torbellino de sus crueles arrasamientos. O posibilidades de equilibrios ante las grietas de los desajustes cuyo inventario parece favorecer a las desgracias, a lo incomprensible, a cierto predominio del absurdo. Aunque a lo mejor llegó la hora de enfrentar el absurdo sin someternos a su hermético sentido y abrirle su coraza de persistente misterio.

Sea lo que sea o será, recibo una compasión activa y fecunda en volver a la lectura de libros que en los años de la delicada, impaciente, ambiciosa y desdeñosa primera juventud, sirvieron para resolver la insuficiencia de la vida. Parecía estrecha y, aunque sea extraño, también ajena.

¿Cómo hallarle un sentido propio se preguntaba el muchacho de entonces, voluntarioso e incrédulo?

Esa intimidad de la lectura mitigaba el sentimiento de soledad y fortalecía la posibilidad de un horizonte todavía no entrevisto.

Es, más que recomendable, necesario tener esta experiencia¿? o participar de este acto, revelatorio, bello y tremendo, de lector curioso que regresa a aquel lugar donde cazó tigres, pisingos, tierrelitas, guartinajas, se le escapó la zorra. Sintió la risa del mico y lo encandiló el fuego de la cola de las ardillas.

¿Qué hay, o qué queda hoy?

Aquel lector que inmerso en el silencio se adentró en líneas que aún conservan la huella de esa joven lectura, se ve ahora. Lector ansioso y preguntón que demandaba compañía y respuestas, conversación urgente, materiales para llenar el vacío insoportable de los días.

Así, apenas ayer, otra vez sin brújula ni sonda, alejado de la costa me adentraba en el océano sin puertos, sin islotes de reposo, que es la vasta aventura de don Marcel. En busca del tiempo perdido.

Nunca me había preguntado si un desconsuelo, un reto, una ironía, una humildad estaban agazapados en ese título que decimos con descuidada inadvertencia. O era una de esas decisiones donde se confunden la justicia y la soberbia. Don Marcel mostraría lo impensable: el tiempo está vivo mientras yo lo conserve en mi memoria. No hay tiempos perdidos. El perezoso olvido es causa de desconsuelo. La existencia más humilde, sigilosa y desapercibida contribuye al orden del universo, o a su desorden, al fin y al cabo es lo mismo.

Y leí: “ Y la pena de los hombres que envejecen es el no soñar ya (…)”

Esa inadvertida admonición de Marcel me estremeció. Como si el nadar lento y apacible que exige su escritura hubiera sido alterado por una de las tantas cargas de profundidad que revientan en sus libros.

Pensé: hay dos clases de viejos: los vencidos por su coco gastado desde niños y aquellos que resisten.

A lo mejor Colombia requiere urgente a los soñadores. A los capaces de reparirse para firmar el fin del conflicto y declarar olvido a los odios y las venganzas.


Imagen: Marcel Proust por Ricardo Heredia. 
http://ricardoheredia26.blogspot.cl/

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1 Comentarios

  1. Anónimo10/12/15

    Leyendo al Aretino en uno de los diálogos de El Cortesano: algo así como "lo único que le queda a un viejo impotente es la fantasia", pero no en el sentido productivo de la palabra, sino en el sórdido.

    La capacidad de sonar puede ser muy peligrosa, también en los politicos, particularmente en los politicos impotentes, que nunca han hecho nada que merezca la pena.

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