GONZALO LEÓN -.
Hace dos semanas escribí sobre la excepcionalidad argentina, pero como entregué la columna el lunes inmediatamente después del triunfo de Mauricio Macri no pude abordar un elemento tan importante como la excepcionalidad: la institucionalidad argentina. Y digo no pude en vez de no quise porque a partir del martes 24 de noviembre, día en el que Cristina Fernández recibió a Macri en la casa presidencial de Olivos, todo rasgo de institucionalidad se fue al barranco. Desde ese día comenzó a hablarse del traspaso de mando y de los primeros inconvenientes entre Presidente saliente y entrante. Desde ese día Macri comenzó a repetir que la reunión con la Presidenta no había servido para nada y que incluso no había cooperación entre el gabinete saliente y el entrante, que por esas curiosidades de la política argentina, él no terminaba por designar.
A la semana empezaron las reuniones entre los ministros del nuevo gabinete y del saliente, pero la mayoría de los medios hablaban de tensas y poco fructíferas reuniones, de hecho en el caso de la sucedida entre los dos ministros de Economía se dijo, por un lado, que la reunión había durado menos de cuarenta minutos y, por el otro, casi cuatro horas. Seguía no habiendo cooperación institucional, según el gobierno electo, adjudicando cada reunión, cada signo de buena voluntad a una cuestión personal de tal o cual ministro. En ese momento el gobierno ya no era verticalista o jerárquico. De nada sirvió que el presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), nombrado por Cristina y que tenía mandato hasta el 2017, dijera que seguía con la confianza de la Presidenta en una clara alusión de que ella seguía manteniendo el control del gobierno. No, el problema del presidente del BCRA es que también actuaba personalmente: ¿qué le pasaba? ¿Por qué no se va? ¿Acaso está amarrado al poder, al igual que la Presidenta?
A diferencia de Chile, en el que la expresión “el respeto a las instituciones” es algo que hemos escuchado y sufrido majaderamente hasta la exasperación, aquí el respeto a la instituciones es algo a la que hoy se apela pero mañana perfectamente podría no suceder. Es más, las instituciones están debilitadas desde el 2001: el sistema financiero, como dijo un economista cercano al gobierno de Macri, “es enano” y poco confiable, el bipartidismo pasó a ser monopartidismo hasta este año irrumpió el PRO en la escena nacional, la justicia rara vez funciona y el gobierno que sale ha señalado la existencia de un partido político al interior del poder judicial, la policía es parte de la delincuencia tal como se demostró en los saqueos de diciembre de 2013. En resumen la institucionalidad argentina siempre está en crisis, y lejos de construirse, todos quieren hacer lo suyo a su pinta.
¿Imaginen entonces lo que fueron las discusiones por el traspaso de mando? Nunca se había citado tantas veces las reglas del protocolo y la Constitución en los casi cinco años que llevo aquí. ¿La ceremonia de traspaso de mando debe hacerse en el Congreso o en la Casa Rosada? ¿Cuál es la importancia del bastón presidencial? ¿En qué momento se convierte Mauricio Macri en Presidente: cuándo jura o cuándo le ponen la banda y le pasan el bastón presidencial? Para todas estas interrogantes había expertos de un lado y del otro. Así, el oficialismo decía que el traspaso debía hacerse en el Congreso, donde Cristina le pondría la banda a Mauricio, y el futuro oficialismo planteaba que, según la tradición (porque en un momento empezó a tallar la tradición, es decir qué se estilaba hacía cincuenta años), el Presidente electo juraba en el Congreso y luego el Presidente saliente le entregaba la banda y el bastón en Casa Rosada. En los programas de TV los periodistas admitieron que había un vacío en la Constitución, ya que podía hacerse todo en el Congreso y también parte ahí y otra parte en la Casa Rosada. ¿Conclusión? Había que reglamentar todo; faltaba institucionalidad.
Esta discusión duró hasta el traspaso con dos momentos cúlmine: cuando Cristina denunció que Macri le había hecho una llamada a los gritos y cuando figuras de uno y otro lado estaban reunidos para zanjar las diferencias y un equipo de Cambiemos recurrió a la justicia para que dictaminara si la ceremonia era en el Congreso o en La Rosada, lo que llevó a la suspensión de las reuniones y al anuncio de que la Presidenta saliente no asistiría al cambio de mando. Durante su campaña Macri había anunciado el fin de la famosa grieta y la unión de todos los argentinos, pero lo cierto es que esa grieta día a día se iba convirtiendo en zanja. Si hubiera tenido un poco de estatura de estadista, habría dejado pasar ciertas cosas y quizá habría abrazado afectuosamente a Cristina en el Congreso o en La Rosada. En vez de eso optó por mostrarse como el empresario de 56 años que comenzó a leer la prensa a los 45 y que de pronto se encuentra con una empresa nueva y lo único que quiere es que desocupe su escritorio el CEO anterior. En síntesis, desaprovechó la gran oportunidad de darle un chispazo de institucionalidad a un país que vive de apagón en apagón.
Publicado en revista Punto Final y en el blog del autor (17/12/2015)
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