CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.
Las páginas de la prensa se cubren de notas sobre la final de la Copa Mundial 2006. Entre las imágenes la de Zinédine Zidane, capitán de la escuadra francesa, tumbando de un cabezazo a un alto defensa italiano. Se extienden los periodistas sobre la mayúscula estupidez que (en términos posibles únicamente) quitó el título a Francia.
Conducta antideportiva sin duda, pero de seguro jamás sabremos qué lo motivó a reaccionar así, sobre todo hoy, en un mundo donde se ha estigmatizado lo musulmán, donde el bufón de la Casa Blanca, entre incoherencias y sonrisas, ha declarado la nueva cruzada. La relación con Zidane sería que quizá el insulto viniese por allí, por la condición religiosa, por la herencia étnica -siendo Zidane argelino- o por la conjunción de ambas. ¿Qué cabe allí, una escultura en oro macizo que en realidad nada significa, o justificar el orgullo, culaquiera que fuese? Además, según mi criterio, la copa mundial de fútbol en medio de otros deportes es un espacio de manipulación política, de corrupción y racismo. Es elogiable que por primera vez se hubiera hablado en público del asunto, pero hablar no implica cumplir y menos pensar. Mientras el capitán de Brasil, Cafú, leía su declaración igualitaria, la cámara captó a otro jugador, Roberto Carlos, quien a raíz de una derrota de Brasil ante Paraguay quiso vejar al arquero guaraní Chilavert mentándole su indianidad. Chilavert no lo dejó pasar y le arrojó el esputo de su desprecio.
Lo de Zidane imagino que es igual; si lo fuese, bien puesta estuvo esa cabeza en el pecho del adversario; mejor que en un gol. Y si ello costó la copa, bien sea, que el triunfo lo festejan más y a otros niveles los que detentan la riqueza y el poder, aquellos a los que Maradona combatía. El fútbol es más que un juego bonito, es un negocio donde los gladiadores son pagados con exceso en orden de preservar los frutos de esta combinación económica sin precedentes.
El fascismo francés no reconoce como suya a esta selección francesa. Creen que hay demasiado africano, y cómo les ha de pesar que el mejor de todos resulte un árabe, a ellos que supuestamente poseen las virtudes todas de la raza.
Zinédine Zidane, rebelándose contra su imagen creada, rechazando las loas finales a su retiro y las medallas, desmoronando el escenario tan ardua y conscientemente preparado, ha vuelto a ser el que fue: un muchacho árabe en un ambiente hostil, otro del montón discriminado. Solo toma un imbécil, el defensor italiano en este caso, para recordarlo.
10/07/06
Publicado en Opinión (Cochabamba), 07/2006
Foto: Zidane
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