(Del Atlas desmemoriado del Partido de Lanús II)
Como bien sabido es, el poeta Edmundo Morales incursionó en varios subgéneros literarios. Eso le valió la acusación de sus detractores de que Morales no le hacía asco a nada. Prueba de ello fueron sus ensayos, dentro de los cuales han llegado a nuestras manos retazos de algunas prosas con berretines filosóficos.
Tal es el caso del amarillento texto "Elogio del cornudo digno", cuyos fragmentos legibles se muestran a continuación:
Ser cornudo es una entidad que en Lanús, más que en cualquier lugar del Orbe, sucede con inexorable frecuencia. De esa institución es casi imposible escapar si uno transita las procelosas aceras del amor lanusense.
Por ello, es menester presentar como buenos ejemplos del determinismo a aquellos caballeros que aceptan silenciosamente la ignominia, movidos tal vez por la sabia resignación de saber que viven en Lanús.
Pero como Alter ego del ejemplo establecido, existen personajes que no saben retirarse de la escena sin dejar su estupidez de manifiesto: Hombres despechados que le dan la biaba a la mina, a su amante o lisa y llanamente le descerrajan un cargador completo a ambos por el módico pecado de haber sucumbido a la tentación de la carne.
Sin embargo, hay una salvedad ética que hacer: Si el encamado con la dama es un amigo del cornudo, cualquier represalia está perfectamente justificada por el Manual de buenas costumbres lanusenses. El código es claro: Una dama puede ser dispensada de su acto, pero un amigo no. A él se le puede perdonar que ande coqueteando con nuestras hermanas, que jamás nos devuelva un préstamo o que falte a nuestro cumpleaños porque tiene que salir con una mina, o incluso que se dedique a la abogacía o la venta de seguros. Pero jamás podrá ser perdonado por patear el nido de un amigo.
Volviendo al tema central, los cornudos resentidos o despechados no merecen respeto alguno. Generalmente son criaturas que creen poseer un título de propiedad sobre la mujer amada. Les duele menos el haber dejado de ser amados que el hecho de que alguien haya invadido su 'propiedad'.
De la otra vereda estarán los que calladamente se marchen sin reprochar nada. Tal es el caso de mi amigo Heráclito D'Exceso, quien me autorizó orgullosamente a ser mencionado, que alguna vez tropezó con la temible piedra de la infidelidad.
La Zulma era una mujer maravillosa. La amé como pocas veces hube amado. Aquella tarde no me esperaba. Asuntos que no vale la pena mencionar me llevaron a las cercanías de su casa, allá por Villa Ofelia. Me bajé del 526 con ansias de abrazarla. Caminé las tres cuadras que me separaban de su casa y al llegar a la puerta me detuve un instante. Luego extraje la llave de mi bolsillo y me introduje en la casa. Observé que la puerta del cuarto estaba entreabierta y escuché los inconfundibles gemidos de Zulma. No hay que ser detective para entender que no estaba sola ni estaba durmiendo. No pude evitar fisgonear unos segundos la escena de sexo. Zulma estaba garchando con un morocho que no reconocí como tropa propia. ¡ Y qué bien garchaba la turra!
Mentiría si les dijera que no estuve tentado de interrumpir el acto y ensayar una colección de reproches, pero afortunadamente primó la inteligente naturaleza del código.
Simplemente, me quité los zapatos, caminé hacia la puerta y la cerré sin hacer ruido.
Jamás la volví a ver. Aunque algunas noches la extraño.
Ejemplos como el de Heráclito no cunden en otros lugares como –por ejemplo– Banfield. Allí la vida es más hipócrita; en sitios como ese se concibe la existencia como una colección de prejuicios burgueses.
Por último, la sabiduría del código permite algunas licencias. Por ejemplo, así como está prohibido ingerirse la mujer de un amigo, está muy bien visto incorporarse venéreamente a la mujer de nuestro enemigo.
Porque bien sabido es que en materia de amores y enconos políticos, las cuentas en Lanús se cancelan de contado.
Hasta aquí unos fragmentos de aquel ensayo de Morales que nos deja menos iluminados que agotados.
Sin embargo en estos textos hay una especie de intersticio por donde la claridad nos ofrece una ética a defender: Nadie pertenece a nadie.
Y mucho menos en Lanús.
Eduardo Molaro – Febrero de 2016
2 Comentarios
Muy divertido amigo! Qué bueno que sigas contándonos más de los personajes tan queridos de lanus.
ResponderEliminar"De nuevo estoy de vuelta" (de Chango Rodriguez), estimado Eduardo y a ponerme al día en las lecturas de esta Atlas.
ResponderEliminarComo siempre muy entretenido, novedoso y pintoresco.
Un abrazo