
MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
No es aventurado afirmar que ese ejemplar de la primera edición de 1945 en castellano de Ulises,
de James Joyce, era el único que había en mi ciudad y el que
probablemente hubo en mucho tiempo. Una rareza en una ciudad con el
mayor seminario de España (obra de Eúsa), erizada de campanarios y
apretada de conventos y cuarteles, sin universidad, sin industria digna
de llamarse de ese nombre... con los rebaños de ovejas pastando por lo
que hoy es el centro de la ciudad. Su poseedor, Fermín Negrillos,
abogado y hombre de fortuna, tenía en su biblioteca enmarcados sendos
permisos del obipo de la ciudad y del gobenador civil para leer libros
prohibidos. Siguió a los ballets de Diaghilev e hizo relación son Serge
Lifar. Con seguridad que la suya era la mejor biblioteca privada que
había en aquella ciudad de unos 50 000 habitantes. Miles y miles de
libros, desde comienzos del siglo XX a los años sesenta todavía. ¿Quién
más tendría y habría leído con minucia La Recherhe du temps perdu conforme iban saliendo los tomos...?
Libro de contrabando el de Joyce, eso seguro, de los vendidos bajo
manga, que llegaban en la posguerra vete a saber cómo... ¿Comprados en
Madrid? ¿En Biarritz? ¿En Tanger? En París? No sé. Tuvo suerte, su
biblioteca ni fue expurgada ni quemada ni incautada como las de otros
ciudadanos.

Eusa es el autor del ex libris racionalista que marca el libro con las iniciales de Fermín Negrillos. En aquella biblioteca se reunían golpistas, como Garcilaso y Eúsa, y otros adheridos con entusiasmo a la nueva situación, que salieron bien de la guerra, es decir, más ricos de como entraron. La biblioteca se desbarató en los años ochenta, como bien sabe Juan Manuel Bonet, que estuvo en el desbarate, hurgando en el sótano de la librería de Abárzuza, y metió a su propietario en el Diccionario de las vanguardias donde lo da como amigo de Eusa y como diletante. Me gusta esa edición porque es la primera que leí, en una edición de Rueda, pero más tardía, libro regalado por el poeta José Luis Insausti.
A su traductor, el argentino José Salas Subirat, me lo encontré hace unos años en un relato del boliviano Oscar Cerruto, escrito en Buenos Aires, durante la estancia del escritor en la Argentina. Un relato protagonizado por el pintor Cecilio Guzmán de Rojas en su época de Londres e investigaciones esotéricas que lo llevaron a la pintura escrementicia... la época en la que tropezó con un impostor argentino que se hacía pasar por arquitecto y que, traductor del Ulises, se hacía llamar Salas Subirat. Guzmán de Rojas fue víctima de sus engaños. El impostor fallecería más tarde en extrañas circunstancias anunciadas, pero esta es otra historia y no solo el relato La muerte mágica de Cerruto, tejido sobre episodios reales de la vida de Cecilio Guzmán de Rojas, pintor, enamorado y suicida.
1 Comentarios
Han pasado leves y transparentes (es un decir) siglos (como dijo) no estoy nada seguro de encontrarte a través de este trasto pero, por si suena la flauta, un abrazo.
ResponderEliminarJosé Luis Insausti.