CONCHA PELAYO -.
Llevo tiempo analizándome e intentando descubrir el motivo de mi desconexión conmigo misma, la huida hacia ninguna parte, la sensación de que mi vida ya no me pertenece por completo y ello me produce cierto desequilibrio emocional. Llevo mucho tiempo, como digo, añorando aquellas horas de quietud y de silencio, de profunda introspección, que me llevaban a exponer cualquier suceso que ocurría a mi alrededor y lo llevaba con el máximo rigor a la hoja en blanco. En ella abordaba la naturaleza ocre del otoño en la que implicaba mi cuerpo y mi sentir hasta convertirlo en una pieza arbórea que se integraba en el paisaje. Me conmovía la mirada de un anciano, en soledad, sentado en un banco del parque. Me gustaba escrutar su rostro, sus lágrimas resecas pegadas a sus mejillas. Bastaba esta imagen para dedicar un tiempo, sentada ante mi ordenador y armar una historia imaginaria. El tiempo, las horas, entonces, eran mías; nadie osaba arrebatármelas y fluían mis palabras, frase tras frase hasta construir un emotivo ensayo.
Llevo tiempo analizándome e intentando descubrir el motivo de mi desconexión conmigo misma, la huida hacia ninguna parte, la sensación de que mi vida ya no me pertenece por completo y ello me produce cierto desequilibrio emocional. Llevo mucho tiempo, como digo, añorando aquellas horas de quietud y de silencio, de profunda introspección, que me llevaban a exponer cualquier suceso que ocurría a mi alrededor y lo llevaba con el máximo rigor a la hoja en blanco. En ella abordaba la naturaleza ocre del otoño en la que implicaba mi cuerpo y mi sentir hasta convertirlo en una pieza arbórea que se integraba en el paisaje. Me conmovía la mirada de un anciano, en soledad, sentado en un banco del parque. Me gustaba escrutar su rostro, sus lágrimas resecas pegadas a sus mejillas. Bastaba esta imagen para dedicar un tiempo, sentada ante mi ordenador y armar una historia imaginaria. El tiempo, las horas, entonces, eran mías; nadie osaba arrebatármelas y fluían mis palabras, frase tras frase hasta construir un emotivo ensayo.
Llevo tiempo analizando y veo que el tiempo huye a gran
velocidad, que se me escapa y no vuelve. Cuando niña, esperaba que ese tiempo
corriera para llegar, para llegar, ¿a dónde? ¿a dónde quería llegar? ¿qué metas
quería alcanzar?. Y así han ido pasando los años. La niñez quedó por algún
lugar recóndito, mi juventud también huyó y se disipó entre alegrías, fiestas,
celebraciones, idas y venidas; bailes, amores y amistades. Y se sucedieron las bodas de mis hermanas, los
bautizos de mis sobrinos; las bodas de
mis sobrinos, también. Y fueron sucediéndose los encuentros y desencuentros
familiares, las discusiones, los disgustos, las penas….Los viajes, ah, los
viajes. Los viajes han llenado mi vida, me han descubierto lugares remotos,
culturas extrañas, rostros diferentes, sonrisas abiertas, gestos hoscos…los
viajes han sido, durante mucho tiempo, junto a mi vocación literaria, los
motores de mi vida.
Llegué, al fin, a una edad en la que los problemas se han
ido amontonando a mi alrededor. Recuerdo que mi madre, con mi edad, se quejaba
de que no tenía vida ni tiempo para ella. Mi padre arrebatado por el Alzheimer
que lo consumía, mi abuela, muy apegada a mi madre que la requería
permanentemente; sus cinco hijos (cinco problemas, decía mi madre) que discutían
entre ellos, que la apremiaban y ella no sabía qué hacer.
Y yo, pobre de mí, he llegado también a la misma situación
de mi madre. Ella, una anciana que ha perdido las ganas de vivir, que desea
morir y me pide que rece por ella para que se vaya pronto de este mundo. Mi
marido, frágil y vulnerable tras ser sometido a la extirpación de un pulmón. Mi
hermana Manoly, presa, como mi padre, de un Alzheimer galopante. ¡Vaya
herencia! ¿Qué fue de aquella bellísima hermana, vivaracha, grácil,
inteligente, deportista? ¿Qué será de ella en un tiempo no muy lejano? Me mira
con una mirada dulce, siempre lo fue, con una sonrisa tímida que es casi una
mueca. Sufre, sin embargo, por la situación de nuestra madre. Sufre, imagino,
porque sabe que es el único lazo potente e irrompible que le queda. Una madre
es un tesoro, una madre es lo que mueve la vida y hace a los hombres dignos.
Siempre que contemplo a una madre que
lleva en brazos a su hijo; que lo acaricia, que lo protege, que lo mima, me
digo: “ese es el misterio por el que se rige el mundo, porque de ese amor y de
ese lazo que se establece entre madre e hijo se producirán los mayores bienes
de nuestra existencia”.
Sigo analizándome y no sé de cuánto tiempo dispongo para
seguir haciéndolo.
4 Comentarios
tiempo que es el tiempo , si no el ahora ya presente hoy quiero ser feliz rio, lloro, canto , vivo hoy es todo mi tiempo hoy quiero ser feliz hoy puedo conquistar hoy llegare, hoy amare, hoy te abrazare hoy hoy es el tiempo que necesito para ser feliz...
ResponderEliminarde Venezuela Gente que le Quiere con mucho amor robermuller8@gmail.com
ResponderEliminarHola amigo. Un placer saludarle por aquí aunque no recuerdo exactamente quién es. Si quiere ayudarme se lo agradezco. Guardo un excelente recuerdo de Venezuela y de los venezolanos. Ojalá vuelva la calma y la paz que necesitan. Un abrazo.
EliminarHola amigo. Un placer saludarle por aquí aunque no recuerdo exactamente quién es. Si quiere ayudarme se lo agradezco. Guardo un excelente recuerdo de Venezuela y de los venezolanos. Ojalá vuelva la calma y la paz que necesitan. Un abrazo.
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