Perros en las selva

PABLO CINGOLANI -.

Yo he recorrido esos caminos;
Los he pensado vivos.
Ezra Pound: Provincia deserta
Rolando Sevillanos tuvo un perro
Era un perro común, sin atributos, pero él lo recordaba bien –heroico y bello- cuando se emborrachaba
Era cazador el perro: era un compañero
Conocí a Rolando hace demasiados años en el lugar a donde lo condujeron las huellas de unos paisanos, sus parientes, los asariameños que se animaron a caminar el monte, la serranía, el miedo de encontrarse con los chunchos
Rolando amaba a su perro
Lo amaba como sólo se puede amar al sol, o al río
El conocía de ríos; venía de uno fuerte, hacia el oriente, que los tacanas conocen como Tuichi; vivía a cincuenta pasos de otro poderoso que los de arriba llamaban Tampobata y los de abajo, Bahuaja
Porque sabía de ríos, de quebradas, de fajarse y sacrificarse, Rolando
Lo amaba más aún a su perro, por bravo, por decidido
Lo amaba más todavía de lo que amaba al río  ‒Macho era‒ aclara, como si en un espejo invisible lo volviese a ver
Por las noches, Rolando y su perro se internaban juntos en la selva –días enteros, noches enteras- y cazaban jochis –energía, proteína, maná
Un tapir, una noche agarramos con el perro. ¡Un tapir! –le celebró y sus ojos brillan –los ojos de Rolando son dos faros en medio de la oscuridad de la selva. Si, un tapír, y sus brazos llenan el espacio de su casa con leviatanes, con monstruos, con el sueño donde vuelven, lo confunden, lo pierden en la selva. Un tapir, insiste –como conjurando el mal sueño- y toma aire y bebe un sorbo lento, triunfal, de la botella. Luego, me la estira.
Rolando cuidaba mucho a su perro, porque los perros de la selva son comida fácil de los jaguares –y si descuidas al perro, zas, viene el tigre y se lo come
Dice Rolando, y suspira
Así nomás es acá, filosofa
Filosofo, evoco igual que él… Perro caza a jochi. Jaguar caza a perro. Jaguar es sagrado. Hombre blanco caza a jaguar. Uturuncu renace. Cueva de Cochuna. Provincia de Tucumán. Faldeos del Aconquij. Uturuncu renace, Perón vuelve. A mi Tucumán querido, cantaré. A mis uturuncus queridos, cantaré
Una araña del tamaño del puño de Goliat cruza frente a nosotros. Brilla como una amatista. La noche, la selva, retumba polifónicamente: sapos, grillos, pájaros que espantarían a Djuna Barnes recubren el silencio
Y yo lo veo a Rolando –envuelto en el humo de un cigarro- y siento su sangre leca, apolista, aguachile, sangre de pueblo de selvas rebeldes que se obstinaron pero que terminaron arrimando al Tawantinusyu –por eso, Rolando habla quechua, es quechua hablante
¿Allinllachu? (¿Estás bien?) Allinllanmi (Estoy bien), hermano
“Chala, pachen”, diría Radamir, su sobrino, guardaparques del Madidi, mi amigazo, mi cumpa, otro hermano
Rolando habla claro, calmo, como si las palabras importasen, como si las palabras le importasen –y estamos en su choza en el medio de la selva, ¿las palabras acaso deben importar? ¿Importaron alguna vez? ¿Dónde están las voces de los indios de monte adentro? ¿Dónde se fueron? ¿Acaso los escucharon, acaso los quisieron escuchar?
Como el perro de Rolando, un día, desaparecieron
Como el perro de Rolando, una vez, no estuvieron nunca más
¿Qué pasó?- me intriga (pienso en mi perra, en Dana: viajó dos días encima de mí, desde La Paz a Tarija, dormimos juntos en Camargo, a la vuelta, fue igual. No me abandonó un segundo)
Se lo debe haber comido el tigre, Pablo, me he descuidado, pena Rolando y bebe otro sorbo (vuelvo a pensar en la Dana, la pienso comida por un jaguar. Se me eriza la piel)
Rolando escupe hacia un costado –escupir es arrojar lejos de uno lo malo, el error, la culpa, escupir es liberarse
Pregunto: y el perro, Rolando, ¿el perro tenía nombre?
No, perro nomás
Compañero, Perro
La noche agoniza: ya va comenzando a parecerse al día. Dulces neblinas lo cubren todo. Economía de la selva: todo cabe en una pequeña caja. Los recuerdos caben en una pequeña caja. La memoria cabe en una pequeña caja. La vida de uno, de vos, de mí, de Rolando, puede caber dentro de una pequeña caja. Si no cabe, deberías intentarlo. Ya es de día
Los músicos cerriles cesaron su faena. La quietud, la suspensión, un silencio enigmático y arrasador domina el amanecer en la selva: todo puede terminar o todo empieza, una vez más
Rolando saca de una caja unas fotografías
Antiguas, como la selva
Me entrega una: mira, me dice, este es el cura –cura: sacerdote, monje, fraile- a él lo vas a ir a buscar en San Juan del Oro para preguntarle por Lars -por la búsqueda de Lars
Conocí a Rolando buscando a Lars, un noruego que se había perdido en la selva tres años atrás –tres putos años atrás se había desaparecido- tras el rastro de los antiguos chunchos, de los Toromonas, esos que asustaban a los asariameños, a los parientes de Rolando, a los pioneros del camino
Se llama Gabriel –me dice- El cura se llama Gabriel. Es de Chile, es chileno –me aclara
Vuelvo a preguntar: y el perro, Rolando, ¿el perro tenía nombre?
No, perro nomás
Compañero, Perro
Dijo Pedro Machuqui a los antropólogos, unos que llegaron desde Italia
Que los antepasados de los Ese Ejja –los chunchos, los huarayos, los salvajes, los indios de Tierradentro, “capturaron el perro de los bolivianos, cuando había refriegas con ellos” (Gerardo Bamonte y Sergio Kociancich: Los Ese Ejja. El mundo de los hombres y el mundo de los espíritus entre los indios del río)
Yo los vi –me susurra Rolando cuando la noche ya desertó y no queda una gota de oscuridad en el aire. Allí hay un lugar de árboles. . . gris de líquenes,/ Donde yo he caminado/ pensando en los viejos días. (Ezra Pound: Op. Cit.)
La otra foto que me entrega concluye todo, empieza todo, una vez más: es él, Rolando, con el perro
Se ven felices los dos
Rolando y el perro
Compañero, Perro
Rolando amaba a su perro
Yo lo sé, yo lo siento, yo le siento….
El Tambopata ruge. Allá. Cerca
El Tambopata es el límite natural entre Bolivia y Perú
‒Ya no hay más trago, Rolando
‒Vámonos al Perú, allí compramos
Perú es un cruzar el río, caminar una hora bien caminada, llegar a Curva Alegre –así nomás bautizan los pueblos los peruanos y todo porque el Tambopata, que viene del oeste, le pega una vuelta al destino, y enfila hacia el norte, hacia los territorios de los Ese Ejja
Perú es cruzar el Tambopata, caminar una hora bien caminada, llegar a Curva Alegra y comprar pisco –comprar: es con plata, con colque, con kivo, el primero te lo regalan, el segundo (trago) te lo venden los comerciantes que bajan de los Andes: desde Moho, Huancané, San Antonio de Putina, desde ninguna parte
Perú es cruzar el Tambopata
El río bramaba
Era noviembre
El río daba miedo
Mejor nos dormimos
Mejor
Ahora lo veo a Rolando, joven y eterno, en la foto con su perro. Han pasado dieciséis años desde que me obsequió esa foto. No ha pasado nada.
Antes de dormirme, vuelvo a preguntar
Y el perro, Rolando, ¿el perro tenía nombre?
No, perro nomás
Compañero
Perro.

Imagen: Rufino Tamayo, "El perro y la luna".

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