HOMERO CARVALHO OLIVA -.
Hay escritores extranjeros que se enamoran de países enteros, otros de algunas regiones, así como también de ciudades específicas. Miguel Sánchez-Ostiz, reconocido escritor español, se enamoró de nuestro país, de sus regiones y de algunas ciudades, especialmente de La Paz. Miguel, convertido en un flâneur, llegó a Bolivia hace una década y desde entonces vuelve siempre que puede y ha escrito un libro titulado Cuadernos bolivianos. Miguel ha ganado muchos premios en España y es un magnífico narrador; sin embargo algunos escritores o personajillos del mundo de la política o de la cultura, al verse reflejados en sus novelas, han pretendido ignorarlo.
Acerca de esto, Miguel, bromeando, en una entrevista a un periódico español, afirmó: “En Bolivia dicen que soy kencha. Que atraigo la mala suerte. Se ríen mucho conmigo y hacen bien porque en parte es verdad”, cabe destacar que Miguel habla de nuestro país siempre que puede en entrevistas, novelas o diarios. Los que lo conocemos y lo queremos sabemos que es hombre con una grande generosidad y cultura. En marzo, Editorial 3600 publicará su libro Chuquiago marka, dedicado a la ciudad de Nuestra Señora de La Paz de Ayacucho. Me hizo el honor de enviarme sus originales.
El encanto de La Paz
Esta ciudad, por extraño que parezca, es un abismo y una montaña y sabemos que desde el abismo solamente se puede ir para arriba, llegar al cielo. En mi caso poco a poco la fui conociendo y amando como una ciudad única por su apariencia mestiza que oculta una invisible y antigua ciudad aymara.
La ciudad del Illimani, la montaña de los tres poderes: el de la tierra, el de la palabra y el de la gente, contiene a la otra que la habita como un espíritu andino ancestral, y es una paradoja intensa, cruel y hospitalaria, generosa y mezquina, en la que todos los caminos se encauzan a un remoto río que arrastraba oro, piedras y agua, ahora reemplazados por el rumor de muchedumbre que transita por las aceras y el fárrago de los automóviles que transita por el asfalto que ha cubierto los nobles adoquines; sin embargo los paceños son magos e inventan piedras de la nada cuando de luchar se trata.
Conviene que el viajero sepa que si hay un pueblo en Bolivia que ha derramado sangre por la patria, ése es el pueblo paceño, y los ocultos adoquines lo saben, porque guardan la memoria de los muertos y heridos en los golpes, asonadas y revoluciones.
El paceño, además, habla de una manera especial, ha creado y crea paceñismos que ostentan una decidida influencia aymara tanto en la sintaxis y la gramática, así como en el sonido de las palabras y para ellos las cosas poseen espíritu, un ánima, así por ejemplo es frecuente escucharlos decir que tal o cual cosa “se ha hecho perder”, justificando la pérdida de un objeto.
El libro se abre con una cita de Jaime Saenz invitando al viajero a mirar y a escuchar. Y Miguel escucha y mira a personajes vivos y muertos, a calles, a plazas, restaurantes y tugurios. Nombres de artistas, arquitectos, políticos, vagos, mal entretenidos y escritores malditos y benditos, circulan como pasando revista a una diversa corte de los milagros. Es impresionante su primer encuentro con la plaza San Francisco con pajpacos incluidos.
Entre los escritores son frecuentes las menciones a Mariano Baptista, Juan Recacoechea, Enrique y Ramón Rocha Monroy, Ricardo García Camacho que se convierten en una especie de guía urbano.
Los genios del alcohol
Miguel también se ocupa de los mitos literarios paceños, Borda y Saenz, de Víctor Hugo Viscarra afirma: “De Viscarra he oído hablar con devoción y con desdén, y hasta con asco (…). ‘Mirá, te respeto como borracho, pero no como escritor’, le espetó un poeta”. De este personaje se ocupa de manera extensa hasta desmitificarlo, tal como cita a Adolfo Cárdenas diciendo que Viscarra era un delincuente sobrevalorado por un grupito de escritores y periodistas. Incluso copia un tremendo fragmento testimonial de Ricardo García acerca de Viscarra. Una constatación inevitable es que sin asomarse al alcohol es imposible entender a los escritores bolivianos y cita muchos casos.
En este relato autobiográfico también se ocupa del Panóptico de San Pedro, del Cementerio General, del Mercado Rodríguez, de la zona Sur, de ciertas calles, de los lustrabotas, de los judíos, de la Alasita y en algún momento se molesta porque La Paz que quieren narrar todos los escritores sea la sombría, la del alcohol y la delincuencia, la de la noche y sus miserias; del café Ciudad, de los borrachos, las putas y los travestis que allí se dan cita cada noche, cuando La Paz es mucho más que eso.
Miguel nos va narrando sus pesquisas de asesinos psicópatas, colaboracionistas de los nazis, de sus encuentros con caseras, en fin… En este libro no solamente está la cara literaria con sus miserias humanas incluidas, también está la política tanto de las dictaduras como de la democracia, porque Miguel sabe escuchar y sabe mirar, obviamente buscando o perdiéndose donde un buen investigador literario debe hacerlo. La presencia de Jaime Saenz, el poeta de la noche, es omnipresente en todo el libro.
Miguel Sánchez-Ostiz ha escrito un relato intenso, fluido, acerca de una ciudad que habita a sus moradores; un libro indispensable para mirar a La Paz y entender nuestro país desde los ojos y la escritura de un extraordinario escritor. En realidad creo que Miguel nos ha prestado sus palabras y somos nosotros quienes nos miramos en un espejo.
*Publicado originalmente en www.cambio.bo (5/1/2017)
0 Comentarios