Pablo Cingolani
Estoy tratando de enhebrar La lengua de Adán del gran Emeterio Villamil de Rada con el Ossorio y el Senador de Respiración Artificial, del gran Piglia. Me resultan especulares: Enrique Ossorio como el Viilamil de carne y hueso, en acciones, voluntades e intenciones; el Senador como el Villamil en pensamiento y obra, de puño y letra y mente febril.
En realidad, en esa gran novela de espejos que descorren el velo del tiempo que es Respiración Artificial, todos son uno y ese uno lo siento, humanamente, también reflejado en Emeterio. Ese que por acercarse al sentido, o intentarlo, -sigo al epígrafe de T.S. Eliot con el cual Piglia ilumina su obra- restaura la experiencia, todas, y las funde en un solo haz de luz necesario y clarividente. Su obra.
La idea es pensar el siglo XIX como una forja compartida y pensarlo desde donde lo pensó Piglia (el siglo XX) y pensarlo desde este penoso siglo XXI: encontrar el lazo, el amarre, la trama, la textura (y el texto) que vuelva sobre la gran tarea, el gran dilema, la gran tristeza, la gran encrucijada: cómo se anudan las razones y los motivos de las patrias dispersas, en la negación de la patria común, y cómo asoman los trazos, los rastros, los detonantes, los fervores de esa nueva alborada, la síntesis expresada en una patria grande, sin fronteras, sin forzados cánones nacionales, ni menos los impuestos.
Veo un hilo invisible pero un hilo real al fin y al cabo que une esas dos obras: el hecho y la necesidad de fundar, de fundamentar, de forjar, de pelear desde el texto, por la fragua de eso elusivo pero trascendente, de eso intangible pero que da vida, de eso que no se puede definir a la fácil pero sí se puede nombrar o escribir o cantar o conjeturar o sentir. Eso colmado de belleza raigal, eso tan simple y a la vez tan lleno de graves honduras. Eso que se llama patria.
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