Miguel Sánchez-Ostiz
Ahora mismo no recuerdo si fue Cioran quien dijo que las utopías venían anunciadas por ángeles trompeteros que difundían a los cuatro vientos las bondades del negocio que se traían entre manos, y acababan con esos mismos ángeles que dejaban a un lado las trompetas y echaban mano de las metralletas. De eso me estoy acordando estos días en Bolivia, donde cunde un intenso rumor de fronda opositora al gobierno de Evo Morales y al proceso de cambio. Son ya muchos colectivos y movimientos sociales los que se han echado o se van a echar a la carretera y a la calle, empezando por los temibles campesinos de Achacachi, en la región de Omasuyus, liderados en buena parte por el katarista Felipe Quispe, el Mallku, que fue uno de los que puso a Morales en el lugar en el que está y que ahora sostiene que esta es una dictadura más dura que una bota militar. Todo un personaje, con maneras de caudillo milenarista o así visto por muchos de sus seguidores. Ha organizado una marcha multitudinaria desde la región del lago (Omasuyus) con intención de llegar a La Paz y ocupar sus calles. Se dice que en las últimas horas se le ha unido, para formar un frente común, el ex presidente de la República Carlos Mesa Gisbert, una personalidad política que en los últimos meses ha cobrado una relevancia política indiscutible, gracias a su sobresaliente intervención en el conflicto del mar con Chile. Pero esto es posible que solo sea uno de los últimos bulos que corren de manera interesada para provocar el desconcierto.
Así las cosas –auspiciado o no el ambiente de revuelta, y de manera ritual, por la Embajada de los Estados Unidos–, parece ser que vienen semanas de bronca callejera, bloqueos de carreteras, marchas, petardos y dinamitazos… y de que cunda el inveterado miedo paceño al «cerco», por parte esta vez no solo de los ponchos de Achacachi sino de cocaleros de Yungas, indígenas originarios de la Región de Tipnis, maestros, comerciantes… Resulta irrelevante que esto sea o no cierto. El objetivo, no por esperado es menos sorpresivo: tumbar a Morales. Frente a los defensores a ultranza del proceso de cambio emprendido hace ya años por Morales y los movimientos sociales, se ha ido extendiendo un descontento social, basado en hechos reales, pero también en bulos disparatados y constantes: corrupción institucional cierta –uno de los frentes de ataque hechos públicos por el Mallku –, y junto a esta, las manos negras, el racismo nunca resuelto, el hacer correr la paranoia de la vigilancia y la policía política en manos cubanas y venezolanas, el fantasma del «narco Estado» y sobre todo el «no hay dinero», y junto a este, el más extendido: «esto va a acabar como Venezuela»; algo que contrasta de manera chocante con el nivel de vida de una clase media alta y con el incesante comercio de bienes materiales en manos de una clase chola a la que parece no importarle otra cosa que su impresionante volumen de negocio, uno de los sostenes de la economía boliviana.
Dicho lo cual, añadiré que no soy un politólogo, que Bolivia me parece un avispero de consecuencias imprevisibles si lo pateas y que resulta triste ver en qué se ha ido convirtiendo aquella utopía social, indigenista, integradora, modernizadora… No sé si el deterioro viene de dentro del sistema político de gobierno o desde fuera, con la creación de un progresivo descontento social hábilmente manejado o por esa hartadumbre que no hay gobernado que tarde o temprano no sienta hacia sus gobernantes. Pero el resultado es que el encantamiento y el entusiasmo por ese régimen teñido de utopía que se puso en marcha hace ya once años, ha empalidecido mucho y que cunde el descontento y una sorda cólera social, azuzada de múltiples quejas. Que esto se inscriba en un publicitado descalabro de la izquierda latinoamericana es otra cosa, ya no se trata de logros o de fracasos, sino de que caigan una detrás de otra todas las opciones políticas basadas de cerca o de lejos en utopías socialistas. Por mucho que la policía no quiera actuar, el futuro inmediato no huele a humo de inciensos y palo santo, sino a pólvora y a gases lacrimógenos.
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*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (28/8/2017)
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