Roberto Burgos Cantor
En el viento de las pesadillas quedaron, barriletes perdidos, voces de sensatez, clamores de compasión. El magistrado Reyes Echandía, el joven erudito Gaona Cruz, el culto educador Carlos Medellín. Y las filas de mujeres y hombres sin un zapato, la camisa incompleta, los ojos devastados por los gases y un desconcierto sin sosiego. Los conducían a la casa del Florero donde respondían a los policías y militares con su solo aturdimiento, sin documentos. Un día el recinto de gritos y bofetadas que se consagró a la independencia, mostrará las ironías de la historia, aquella comedia de chapetones y criollos tendrá la placa de la estación siniestra a la cual muchos fueron conducidos y no se supo más.
¿Qué pudo impulsar a una guerrilla ilustrada a semejante delirio sangriento? Siempre la búsqueda del acto heroico como inmolación.
Unos días antes habíamos ido a un restaurantes de buena cocina suiza, en el centro, todavía vivo, de la Capital, a probar, invitados por el poeta Álvaro Mutis, el steak tartare que allí fue famoso.
Como era usual con el viejo Álvaro, así lo llamaba su hijo, las conversaciones podían navegar de Bizancio a su vida en México. Esta vez hicimos el juego de preguntarle por algo difuso. ¿Cuál era el más colombiano de los presidentes de Colombia y su característica? Lo pensamos difuso porque de alguna manera la dirigencia del país hizo de la inautenticidad su sello de reconocimiento.
Para nuestra sorpresa Mutis contestó que Rojas Pinilla. Le dijimos que habíamos creído que respondería que Belisario Betancur, por su aprecio al Pielroja, el Renault 4 y el Everfit, amén del gusto por declamar.
Dijo entonces una frase corta, sin explicación: Belisario es el más frío.
Ese noviembre de desgracias permitió que comprendieramos la sentencia. Y de paso alumbró un poco el entendimiento de la reiterada fe de Mutis: la monarquía. Entendí que el poeta reivindicaba la posibilidad de acogerse a un fuero que estuviera más allá de las debilidades humanas, de la corrupción, de los intereses. El poeta indagaba un designio Divino para aquello que no podía confiarse a los hombres.
Cuando consideraban convidar al poeta monárquico a Cuba, atribuyen a Fidel Castro esta reflexión: No veo el problema, al fin y al cabo ambos detestamos a la burguesía.
Se puede ver entonces cómo la generación a la cual pertenezco estaba en las orillas de la infancia cuando la muerte de Gaitán produjo el levantamiento popular. Límite del comienzo. Y con los fracasos intermedios alcanzó el límite de esa orilla incierta, brumosa, de la juventud adulta.
La crítica a las armas, el apego al militarismo de los románticos de la transformación, los tribunales del ejército para civiles, el ejercicio estatal de la represión sin límites, las muertes de líderes de partido políticos, solidificaron el clima de desencanto.
¿Adiós a uno mismo?
Imagen: Alvaro Mutis
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