Miguel Sánchez-Ostiz
Asomarse estos días a las redes sociales equivale a tropezarse con una florida muestra de expresiones de desprecio, odio e irrefrenables ganas de dar un escarmiento a los catalanes secesionistas y de paso a los que no lo son, pero que no han formado en las filas castrenses del berrido patriótico permanente. Expresiones de violencia extrema que son a todas luces consentidas por los vigilantes de las redes y lo que para unos es motivo de multas y procesos judiciales, para otros es libertad de expresión plena. Así las cosas, resulta difícil reflexionar con algo de sensatez y no ceder a la tentación de arrimar bencina a un fuego ya muy vivo que amenaza con abrasar a quien a él se acerque. Estamos ante un paisaje de enfrentamiento social con una red de fosos y trincheras políticos que crece de día a día y que resultan poco menos que insalvables, como si no cupiera otra opción que alienarse con unos o con otros, y sobre todo que fuera obligatorio tomar uno de esos dos partidos por entero. Ya no es posible decir «Aquí no ha pasado nada» porque con referéndum o sin él, sí ha pasado, y si el Gobierno termina por suspender la autonomía catalana y emprender una campaña de detenciones en cadena, peor que peor. La vida política de un país entero va a quedar hipotecada.
Por su parte, el Gobierno avanza día a día medidas en contra del referéndum catalán, dentro y fuera de Cataluña, algo que en la práctica se va a convertir en un atípico, pero eficaz, estado de excepción de consecuencias imprevisibles. Con Constitución o sin ella, no creo que el gobierno central admita jamás el derecho a decidir llevado a la práctica. Que no se pueda debatir en público los asuntos referidos al referéndum catalán, a su oportunidad o al derecho a decidir, porque son de inmediato prohibidos por decisiones judiciales no puede menos que recordar a maneras dictatoriales de represión pura. Ahora mismo hay garantías judiciales que en la práctica están suspendidas a favor de una actuación meramente policial (calificada de «administrativa») que puede ser empleada en cualquier momento.
No hace falta ser muy lúcido para observar que la convivencia en este país si no está rota, sí se ha dañado de manera me temo que irreparable, salvo que por convivencia pacífica entendamos un estado de sometimiento, no a las leyes, sino al Gobierno de turno y a su ideología. La situación actual es la del agravio que no cesa, el nosotros y el vosotros excluyente, el patriota de ley y el resucitado representante de la «Anti-España» que merece en todo caso la muerte. No se ve más que una manera de ser auténticamente español: la del Gobierno; y no hay posibilidad alguna de proponer otro modelo de Estado que no esté condenado al fracaso político (por el juego de las mayorías parlamentarias) o a la represión, por la forma en la que el Gobierno ha ido cercando la disidencia política con leyes redactadas de manera expresa para ese fin. Todo ha sido válido, las leyes y su utilización judicial, y el juego sucio basado en montajes policiales para desprestigiar y hundir a los opositores políticos radicales, ya fueran políticos de Podemos o secesionistas catalanes.
Ahora mismo, entre la cerrazón y el autoritarismo de unos y el enrrocamiento de otros, el juego de las acusaciones mutuas, todo suena a echar un pulso y a sacar pecho, sin que parezcan importar las consecuencias políticas, sociales y económicas que puedan tener esas demostraciones de fuerza en la vida diaria, como si esta careciera de importancia y solo contaran las alturas políticas y financieras, y poco una ciudadanía reducida a peones. ¿Es posible ahora mismo un diálogo entre el Gobierno central y el catalán? ¿Sobre qué cuestiones y con qué objetivo? ¿Es renunciable el derecho a decidir o va a ser este el caballo de batalla de los próximos años? Que la posibilidad misma de reflexionar o manifestarse en público sobre este asunto esté prohibida es ya algo más que una amenaza cumplida: la muestra más patente de una política gubernamental represiva de mayor alcance.
*** Artículo publicado en los periódicos del Grupo Noticias y en el blog del autor, Vivir de buena gana, 17-IX-2017
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