Miguel Sánchez-Ostiz
Setenta y dos poemas, dieciséis años después de los últimos que publiqué. ¿Excrecencias autobiográficas? No, Fingimientos y desarraigos...
y «Un prólogo necesario».
Han pasado casi diecisiete años desde que publiqué un libro de poemas, La marca del cuadrante, que reunía todos libros publicados hasta entonces, además de algunos inéditos. En diecisiete años caben varias vidas. No es el mismo quien empezó a escribir estos poemas en una casa del valle de Baztan, que al final no fue la de la vida, y quien los acaba de reunir, en el mismo valle, en otro pueblo, sabiendo que está de paso. En este tiempo ha habido cambios de casa y varios viajes para mí importantes, y con ellos han cambiado los escenarios, los humores y las rutinas de vida; han fallecido ya muchos de los compañeros de ruta; los tiempos que parecían afables o cuando menos aceptables en lo público y en lo privado, se ensombrecieron de mala manera y eso creo que se nota mucho en lo que he escrito.
Nunca dejé del todo de escribir poemas. Hubo años en que solo escribí algunos versos sueltos, poemas que quedaron truncados; en otras ocasiones los poemas más acabados se fueron quedando a la espera de vete a saber qué, no sé si a causa de la desgana, la pereza o de ese insidioso sentimiento de que eran palabras prescindibles. Ahora, con tiempo de por medio, estimo que es distinto, por lo que tienen de testimonio de un recorrido vital.
Ajuste de cuentas hay en estos poemas, no voy ni a negarlo ni a esconderlo, pero sobre todo conmigo mismo, con empeños, afanes y grandilocuencias emocionales que han dado en poca cosa o en nada, y que en el momento de su escritura parecían poco menos que de vida o muerte. Pessoa está detrás de la primera parte del título, pero tampoco hace falta ser Pessoa para reparar en que no hay puesta en escena que no tenga algo o mucho de fingimiento, de máscara que esconde más que desvela, algo más que un lugar común. León Felipe por su parte, con unos versos de su poema «Qué lástima», está detrás de los poemas que hablan del desarraigo, ese camino que va del vivir en la que crees que va a ser la casa de tu vida y la certeza de que no tienes otra que el camino. Arraigo, desarraigo, puesta en escena, exabruptos, sí, conjuros, osadías, despropósitos, añoranzas, desahogos, burlas y exorcismos contra el desacuerdo con uno mismo que el paso del tiempo me hace ver que resultan a la postre ineficaces, por mucho poema que escribas.
El prólogo lo firme en Arraioz, en julio pasado, antes de salir de viaje para Bolivia, junto con unas cuantas notas finales aclaratorias de algunos de los poemas fundamentales del libro, que los sitúan en su momento y circunstancias.
*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (18/9/2017)
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