Roberto Navia

“Es un lindo blog y sin propagandas. Me las ofrecen pero creo que arruinaría el sitio. En un par de semanas llego al millón de lecturas”, me ha dicho el otro día, desde Denver (Colorado), donde vive y escribe sus obras literarias que lo consolidan como un escritor universal, no solo porque dos de sus libros consiguieron galardones de renombre –en 2009 obtuvo el Premio de Novela Casa de las Américas por El exilio voluntario y el 2011 fue galardonado con el Premio Nacional de Novela por Diario secreto–, sino porque Claudio es un gran ser humano y amigo y, por si eso fuera poco, un maestro del oficio que enseña sin pretenderlo, que lo hace cada vez que habla o escribe, o analiza o pregunta o contesta sobre asuntos de la literatura y más allá de ella.
Con Claudio tenemos un libro juntos, escrito a cuatro manos y lo hemos hecho sin conocernos personalmente. Fue la literatura y el periodismo lo que nos puso en el mismo camino y que dio vida a Crónicas de perro andante. En todo el tramo de este viaje de amigos hemos hablado de autores y de libros, de andanzas y de mares, de personajes y de historias emblemáticas, porque Claudio es de esos escritores que siempre sugieren leer, escribir y conversar al calor del fuego de la palabra.
Así como Claudio sugiere leer a través de su blog, también leer a Claudio es una fiesta, porque en su obra literaria están sus andanzas de inmigrante insaciable por Estados Unidos, donde para subsistir y crecer tuvo que trabajar –lo dice su biografía– como traductor, escritor de cuentos infantiles, estibador, albañil, panadero, repartidor de periódicos, especialista en frutas y verduras frescas, pequeño empresario y otros oficios que empleaba mientras en su habitación le quitaba horas a su sueño para soñar despierto que quería ser escritor, sabiendo que existe una sola receta para ese propósito: escribir y leer como Dios manda.
*Publicado originalmente en el periódico El Deber (Santa Cruz, Bolivia) 29/1/2018
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