El tren de las 7 a.m.


Roberto Burgos Cantor

A medida que Cartagena del Caribe, indaga y precisa aspectos de su historia, se destaca el aporte y rutas de nuevos conocimientos que al enriquecer su pasado abren entendimientos al presente.

Algo coexiste en la vida cotidiana, sobrepone asuntos y episodios que parecen mantener una mezcla de magia y realidades dolorosas, mientras se esclarece un destino esquivo y termina por resolverse la cartografía de sus merecimientos.

Hoy, cualquiera puede caminar, detenerse por las orillas de la bahía, asombrarse con las marinas y el raspar lento del aire de tantos mástiles, sentir el ramalazo de nostalgias inexplicables con el poderoso movimiento de buques, llegan y parten, no saber cuándo sucedió esto y enseguida entregarse a fantasías sobre un galeón náufrago que algún día saldrá a pedazos con sus pulpos ancianos y las morenas que roen huesos de marineros perdidos.

Después de una época de historiadores memoriosos, con textos notables, miradas que privilegiaban el honor de la vieja arcadia, empezó a formarse en la Universidad de Cartagena, una generación de jóvenes. 

El sentimiento de los mayores, sus narrativas amorosas, su curiosidad por brujas, inquisidores, piratas, abrió camino al examen de documentos, a la reconstrucción de una sociedad que en medio de la valentía exaltada, conservaba detrás del escenario abierto, sujetos, situaciones que son parte de nuestro rumbo contradictorio y quizá lo expliquen.

Así, leo con provecho y admiración por el lenguaje sin jerga, tributo a los mayores, Jaramillo Uribe, Lemaitre Román, Bossa Herazo, por la inteligencia para relacionar y tejer hechos, por su cuidado en poner la lupa en el detalle significativo, a Javier Ortiz Cassiani y a Sergio Paolo Solano.

Hace poco fue publicado Un diablo al que le llaman tren. La historia del ferrocarril Cartagena- Calamar. Los trenes en Colombia constituyen un extenso capítulo en la historia universal de los fracasos. Decir fracaso no es solo un agobio moral, una impotencia que corroe el ánimo. Los fracasos en la historia, la economía, las esperanzas de una comunidad, afectan la vida y el desarrollo mismo. Este desbarajuste forma parte de la incapacidad de quienes gobiernan ( ¿?) para haber creado sistemas robustos de transporte público. 

El libro de Javier Ortiz, lo comprobarán sus lectores, inicia su aventura en Panamá. Su importancia aumenta la herida de ese raponazo. Además de lo conocido, las injerencias abusivas, resulta conmovedor el relato de Pedro Prestán. Este cartagenero fue abogado de pobres en Colón. Se le debe una estatua.

Creo, lo habían hecho viejos maestros franceses, que la incorporación de las voces de quienes vivieron el diablo a Calamar es algo renovador.

Que pase el tren.

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