El recuerdo de una fotografía


Concha Pelayo

La casualidad hace que encuentre esa fotografía entre mis papeles. La rescato porque, al fondo, se divisa el embalse del Esla, en el pueblo de mi madre, Ricobayo de Alba, Zamora, España. En la actualidad, lo primero que se vislumbra es un enorme puente que atraviesa el paisaje y que se levanta a bastantes metros sobre las empinadas rocas. Ese puente une España y Portugal en el noroeste peninsular. La añoranza de ese paisaje limpio, tal y como muestra la imagen me conmueve porque me hace tomar conciencia de que ya nada es igual, que la vida de las personas cambia y se erosiona como lo hace el mismo paisaje. Han pasado veinticinco años desde entonces. Y tanto el paisaje como mi familia han cambiado de fisonomía y circunstancia. Mi hija adolescente entonces, cumple 40 años el mes que viene, mi sobrina Rebeca cumplirá 30 en marzo. Mi hermana Manoli, la segunda detrás de mí, sufre desde hace algunos años la terrible enfermedad de Alzheimer. Vive en Alemania y su vida se esfuma día a día en medio de un terrible sufrimiento. La muerte, esa compañera, inseparable como una sombra, la persigue sin compasión. Pero voy a detenerme en esa fotografía. La subo al whasap de la familia y mi hija pregunta que de cuándo data esa foto. Yo, como siempre, no recuerdo. Ella me dice que celebrábamos algo, tal vez una comunión, un bautizo....O un funeral, le digo yo, tal vez el de mi abuela. Pero para salir de dudas, mi hermana Marisa, una privilegiada de la memoria, nos pone al corriente. Fue el año 1995. Mi madre nos había invitado a comer a todos en un mesón que se encuentra a pocos metros donde está hecha la foto. Mi hermana Toya, la más pequeña, dice que Manoli, su hija Melanie y ella iban las tres de negro. Pura casualidad. Manoli, como cada verano, había venido a España a pasar las vacaciones con la familia. Nos reuníamos en la preciosa casona familiar que teníamos a poca distancia de allí, en el pueblo siguiente. La casa que se nos quemó hace algunos años y desde entonces son escasos los motivos que encontramos para reunirnos. El fuego hizo que cada uno saliera del nido familiar como cuando se destroza un hormiguero y las hormigas huyen cada cual a un punto. Sigue informando Marisa que nuestra madre nos invitó a todos a la comida, incluyendo a unos amigos alemanes que habían venido con mi hermana. Recuerda, incluso, sus nombres: Stefan y Conie y su hija Jordes. Mi hija le hace saber a mi hermana su admiración por memoria tan precisa. Sigue Marisa diciendo que de primer plato comimos pescado y le pegaron "una clavada a la abuela que ni te cuento..." Mi madre nos ha dejado hace unos días, a los 95 años, la enterramos el día 4, justamente el día en que se casó. Han sido muchos años de convivencia donde ha habido de todo un poco: alegrías, tristezas, envidias, rencores, discusiones violentísimas, conversaciones a dos, a tres, a cuatro; debates encarnizados sobre cine o literatura. También hemos dado grandes paseos por los alrededores disfrutando de un aire limpio y suave, en cualquier estación del año. A veces, mi madre nos recitaba historias que le contaba su abuela y se las aprendía de memoria. Por suerte tengo copiado y grabada su voz con todo lo que nos contaba como un tesoro. Los últimos tiempos, apenas sin visión y en silla de ruedas mantenía indemne su memoria y yo la hacía recitar todas esas historias, algunas larguísimas, para estimular sus recuerdos. Espero, algún día, reunirlo todo en un libro para que no se pierdan. Ayer, día 15 fue la fiesta de Ricobayo. Pese a que mi madre estaba ya muy torpe y débil, la llevaba a la Misa Mayor de su pueblo para que sintiera un poco de emoción y de nostalgia al recordar su pasado. Este año ya no ha podido ser. Hoy, nada es igual que ayer.

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1 Comentarios

  1. Agradecido de volver a leerte, querida Concha. Un abrazo muy grande.

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