Santuario

 Desde el día que la montaña comenzó a habitarte y se volvió parte de tu piel y de tu sangre, se anidó y empezó a estar dentro tuyo, arraigándose en tu corazón, latiendo con vos, guiándote, desde ese día luminoso que la empezaste a amar, tu vida prosperó en sentimiento, huellas, destino

Ya habías experimentado ese amor, esa devoción, por otros ámbitos, otras montañas, que te buscaron, que tu buscaste, que penetraron en vos con esa fuerza imparable que solo atesora natura, con esa pasión que solo imana belleza, ese fuego inmemorial, ese brillo perpetuo, ese lazo con la eternidad

Tunupa, Katantika, Pallcoma fueron marcas de ese derrotero, de esa vivencia de lo pleno, lo fértil, lo que no se olvida, lo que signa las horas, tatúa el alma, las manos, la mirada…y fue así, mirando, mirando, día y noche, noche y día, que volviste a encontrarte, que volviste a encontrarla. Estaba ahí, delante de tus ojos, estaba ahí mientras escribías, estaba ahí mientras la escribías, la mirabas y la escribías…

Sientes de nuevo el hallazgo, late la misma alegría que latía cuando, primero, se apareció el chullperio, cuando las tumbas de piedra se te revelaron, y confirmaste lo que ya sabías: que hollabas territorio sagrado, sagrados los Andes, donde todo es altar, ritual, trama, amarre, nudo, certezas, celebración del cosmos

Y seguiste ascendiendo, seguiste buscando, y así encontraste la waka, el agua, la apacheta, el viento, las serpientes: toda la divinidad del cerro se desplegaba, se fue mostrando de a poco, cada vez, y fue enhebrándose, volviéndose cauce, el cielo como testigo, guardián, compañía. Pasaron los años, esmeraste la amistad con la piedra, la cincelaste y devino amparo, morada, refugio

Un día, un día aciago, las fuerzas del mal atacaron.

La técnica, la maldad que desata, se devoró medio santuario, la waka hampatu desapareció, fue arrasada: el desgarro fue infinito

La única redención era reiniciar la búsqueda, no rendirse, arreciar en la travesía, arrojando lejos de uno lo nefasto, la desdicha, el veneno que la técnica inocula en los huesos, el corazón, el espíritu

Y porque aprendiste que el amor sólo precisa de amor, de más amor, para fortalecerse, iluminarse, celebrarse, cuidarse, la piedra se empecinó en milagrear, la montaña habló, el secreto fue preservado

Al fin, llegó el momento deseado, el tiempo recobrado, suspendido, inmóvil: cuando el sol cruje, la luna danza y la arena canta, rasgando el aire, raspando sus blues de la tierra, ese momento, fugaz pero feliz, en el cual la vida te concede una recompensa.


Pablo Cingolani

Desde algún lugar, 8 de octubre de 2020

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