Una historia de Albania

William Turner S. nos sorprende una vez más. A los impactantes cuatro tomos y medio de su Historia de Cartago que editó la universidad de Manitoba –hoy, las academias prestigiosas sólo producen bodrios por toneladas- , ahora le agrega un libro revelador y cautivante, por muchos motivos: Corriendo el velo. Una historia de Albania.

Una historia de Albania es el mejor Turner, sin hesitarlo. Es el Turner que nos deslumbró con páginas inolvidables como las que explicaban –en su suma magistral cartaginesa- la importancia estratégica que Aníbal otorgó a los elefantes –tema transitado, desde ya, de un lado y otro del Mediterráneo, además.

Recomiendo sobre el asunto A paso lento, el último libro del papelista tunecino Mohamed Al Bashir, pero Turner va más allá, como siempre, develando –tras sus inmersiones en los archivos benedictinos de Sicilia- cuestiones ignoradas cómo el método de crianza y entrenamiento militar que impuso Aníbal a las bestias, cambiando radicalmente el legado indo-bengalí, o el enternecedor listado de los nombres de los paquidermos, una verdadera joya de la historiografía –comparable, tal vez, con la lista de los tripulantes del primer viaje colombino o los masacrados de Marsella de 1796.

Con su historia albanesa, Turner reincide y con éxito con el mismo estilo vigoroso de la saga africana, diciendo toda la verdad, aunque duela, principio que el mismo autor defiende en las palabras introductorias de esta voluminosa obra (cuenta 878 páginas) y que viene con el sello de impresión de la Universidad de Manila, como parte de esa prestigiosa colección que dirige la Dra. Imelda Lois, Tesoros, hallazgos y revisitas de la Historia Universal. El libro de Turner es el número 48 de la selección filipina.

“La historia –sentencia Turner en el referido prólogo- no será indagada para reproducir el espiral de enigmas al cual fuimos condenados por generaciones de oscuros supervisores que siempre le temieron a la luz de la verdad”. Prosigue: “La historia será como el faro de Cornualles que alumbró mi infancia y que me marcó el camino de los anales, el camino de los pergaminos y los mapas, el camino de los archivos casi derrumbados de las abadías, donde las ratas competían entre ellas a ver quien devoraba más rápido las cartas del abate Franard, donde descubrí sus viajes a Groenlandia en el 1300. Si yo no hubiera estado ahí, afanoso en la búsqueda de la verdad, pateando y peleando con esas miserables alimañas para poder rescatar los folios –transcribo en extenso a Turner por el iluminador dramatismo que conllevan sus palabras- ¿quién recordaría hoy a Franard? ¿Quién sabría de su odisea hacia Thule –la Groenlandia escandinava-, de su introducción de los canes y los paraguas en la isla, su fábrica de mecheros en base a acetite de cachalote, su propia historia narrada en verso, su osadía? Pues, nadie. Nadie lo sabría”. ¡Cuánta verdad! Por eso hoy celebramos su Historia de Albania.

Turner confesó que empezó a acariciar el proyecto de escribir la memoria albanesa, tras la guerra de Kosovo, cuando –de manera involuntaria- se vio envuelto en los bélicos acontecimientos ya que, al estallar la contienda, el historiador se hallaba indagando los archivos de la medieval ciudad de Brej, en el occidente kosovar. El estudioso del pasado estaba empeñado en descubrir una a una las rutas caravaneras que cruzaban los Balcanes en los siglos gloriosos de la seda y el cardamomo, a la vez que probar que el mismísimo Marco Polo se había refugiado en Brej, tras su prisión veneciana, y donde tuvo una amante y un hijo que luego fue alcalde y poeta.

Brej, en la temprana edad media, era una encrucijada de caminos que conectaban de oriente a occidente la antigua Dacia de Diocleciano (hoy Rumania) con el mar Adriático y la península itálica. Además, Brej era famosa por la producción de queso de cabra. Al iniciarse el conflicto en Kosovo, Turner tuvo que ingeniárselas para poder escapar de Brej y de los fragores de la guerra y huyendo, disfrazado de monja, logró llegar a Albania. Su primer contacto con los albaneses no fue el más dichoso: desconfiados, sospechado de espía de la CIA, fue tomado prisionero en un villorrio de la frontera, y remitido a Tirana, la capital.

Allí, en la mítica Tirana –la urbe que Enver Hoxha convirtió en una fortaleza capaz de resistir en los 60s una invasión combinada de los estalinistas y los maoístas-, conoció a su benefactor, el hombre que, con el paso de los años y una buena cantidad de euros mediante, le permitiría indagar, escribir y finalmente publicar esta obra que presentamos Corriendo el velo. Una historia de Albania.

Turner cuenta el mismo esa peripecia y vale la pena destacarlo: “Cuando llegue a Tirana se me mezclaron las emociones. Por un lado, sentía la emoción de estar allí ya que cuando joven me deleitaba con las emisiones de su radio [ndelr: la legendaria Radio Tirana de la Guerra Fría] y los kilométricos discursos de Enver. Soñaba con llegar allí, y buscar los rastros, las huellas de ese pasado. Por otro lado, la manera en que llegué –maniatado encima de un fardo de alfalfa y con tres porcinos que me miraban fieramente desde una jaula-, me hacía sentir el último historiador del mundo, que digo: el último ser humano del mundo. Pensé: de Tirana no salgo más. Eso fue hasta que conocí a Envercito, precisamente el hijo del ya fallecido y brumoso Enver. El fue el que me propuso escribir una historia de su patria, sin condiciones. Su fábrica de mermelada de melón financiaría los gastos. Y así fue”.

Frente a estas confesiones –incluidas en una entrevista que el periodista peruano Walter Cimientos le hizo a Turner el año pasado y que publicó Antorcha libertaria, el mensuario anarquista de Vigo-, uno debería halagarse, y no temer jamás de cómo el azar interviene en la vida de las personas, tejiendo esas maravillosas tramas que, al fin y al cabo, posibilitan que la historia de Albania del gran Turner esté al alcance de nuestras manos. El libro, en su versión original y como no podía ser de otra manera, está dedicado a Envercito, “un pibe macanudo (es la única traducción que se me ocurre al galés de taberna utilizado por Turner), que ama que la verdad sea dicha”.

El libro, hay que decirlo, tuvo problemas de circulación en la Albania misma que lo vio nacer, producto de contener en sus páginas ciertas verdades inconvenientes, “políticamente incorrectas” según el censor musulmán (hay un censor por cada credo) del ministerio de cultura albanés del gobierno que hoy dirige el país, por lo cual fue retirado de bateas, hasta que luego de un fallo judicial dividido, volvió a las estanterías de las librerías, pero con una faja donde en letras arial black tamaño 28 se advierte que la obra “puede herir la sensibilidad albanesa, parcial o absolutamente, ya que fue escrita por un extranjero tendencioso”.

Turner, recuerden, hizo una fervorosa campaña mundial de denuncia de este atentado a la libertad de expresión y a la libertad de divulgación de la historia, incluso queda un video colgado en You Tube (http://www.youtube.com/watch?v=YgFyi74DVjc) donde es evidente su nerviosismo frente a tanta adversidad padecida.

Envercito no sólo respaldó la obra de su mentor (“La historia de Albania de Turner es la mejor de todas las historias de Albania, escritas desde el siglo XVI”), sino que propuso al investigador galés encarar algún desafío mayor, obviamente con su patrocinio y protección.

“Tal vez Wiliam se anime con una historia de los Balcanes”-afirmó en una conferencia de prensa en Boston, luego de la presentación de la obra de marras en la elegante capital de Massachusetts. En esa ocasión, Harvard entregó a Turner el título de “Maestro Inspirator de los Soñadores”. Obama estuvo presente en el acto (estudiaba en la escuela de leyes) y recuerda que Turner pidió una copa de vino borgoña –que alguien se inventó del aire-, y se hizo una gárgara con el espumoso líquido, antes de pronunciar su discurso de agradecimiento (ver: Obama, Barack: Mis recuerdos de Harvard, University Press, 2008).

Allí, en tan prestigioso cenáculo, Turner volvió a insistir en su cruzada por el imperio de la verdad en el ámbito de la ciencia histórica.

“No puedo creer –elevó la voz al pronunciar estas palabras-, no puedo creer insisto que los archivos vaticanos sigan cerrados a la labor de los estudiosos. Lo mismo sucede con los archivos secretos de Dinamarca o con los anales chinos de Yenán. ¿Por qué? ¿Por qué les pregunto? ¿Por qué? Deberían preguntarse siempre. Cuando se retiren de aquí, y vayan por ahí, a comerse una pizza o a fumar crack, deberían preguntárselo”. Nadie lo aplaudió pero para nosotros es un deber de conciencia recoger esas certezas que devuelven a la historia al sitial donde la colocó Heródoto de Halicarnaso y del cual nunca debió haber salido a extraviarse y oxidarse.

La historia, con Turner, recupera esos brillos antiguos, cuando todavía moraban con nosotros las bellas Amazonas y la más bella de todas: Helena de Troya. Hoy todo eso se ha vuelto pasto de conjeturas donde rumian su desatino los historiadores contemporáneos. Turner, no. Viejo lobo del mar de la epopeya, Turner vive en la actualidad jubilado en la ciudad de Manaus. Culminará en brevísimo un tratado sobre filatelia brasileña: “Un día, paseando por la selva, encontré un baúl lleno de estampillas. Eso me motivó a hacerlo”. Una historia de Albania es la primera de sus obras que se traduce al castellano.

 

Pablo Cingolani

Río Abajo, 6 de octubre de 2011

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