Márcia Batista Ramos
“El
lenguaje es un laberinto de caminos.
Vienes
de un lado y sabes por dónde andas;
vienes
de otro al mismo lugar
y ya no
lo sabes.”
LUDWIG WITGENSTEIN
Los objetos quedaron todos inmóviles, silenciosos, en el mismo lugar. Y ahora, no sé decir, si la vida es corta o larga, ya no entiendo muchas cosas que pensé que las entendía. La práctica es el juicio de la verdad más insondable y decisivo en el conocimiento, sin embargo, me quedo atónita e inmóvil, como si yo fuera otro objeto estático, entre tantos que pululan en este cuarto.
Mi silencio, por decirlo de una forma Heideggeriana, es la máxima posibilidad expresiva de la palabra: constituye una presencia.
Entonces, no puedo presumir, por el hecho que ellos no se mueven y están en silencio, de que ellos no tienen conciencia. Porque sé que estamos hechos de protones, neutrones y electrones. Somos hechos de lo mismo.
Porque tenemos las palabras, no significa que los hipopótamos no tengan sus palabras… Pueden tener y no me alcanza escuchar y entenderlos. No sé.
No puedo decir que la conciencia de todo lo que existe o coexiste conmigo en este cuarto, en este momento, no está manifiesta, porque yo no logro captar o comprender su manifestación.
Empiezo a entender que la conciencia no surge sólo del intelecto o de los dominios de las ideas. Existen territorios cotidianos, que nos permiten el contacto directo con la conciencia, como encontrar el perro-gato en medio del camino, en un día de lluvia y sol, sin paraguas y con sed, con la boca cerrada para que no entre gotitas de lluvia, que dialogan con las ideas formando aquello que llamamos conciencia.
Sé que nada de lo que vivimos tiene sentido, al final, el único resultado son imágenes imprecisas, de lo que fue y, ni siquiera, hemos logrado tocar el corazón de otras personas. Porque muchas ni tienen corazón, otras no se dejan tocar, algunas veces, tuvimos miedo de intentarlo, por temor al rechazo o al vacío. Sumado a las innúmeras veces, que se nos negó un regazo que acoge.
La teoría, siendo la síntesis de la experiencia y de la práctica, proporciona a las personas una perspectiva en sus actividades prácticas, normalmente, sin tener plena conciencia de ello. Ya que, casi todo, lo que hacemos es de manera mecánica, porque nuestro motor es casi perfecto (eso no es un descubrimiento) y la distancia que falta para llegar a la perfección es sencillamente infinita: porque tendríamos que manifestar la perfección a través de nuestra existencia.
Tendríamos que eliminar la guerra, el hambre, el poder y otras aberraciones que comprueban que No somos la máquina más perfecta que pisa el planeta, para considerarnos una creación perfecta de un ser perfecto.
Tampoco somos los seres más evolucionados, si consideramos la guerra, el hambre, el poder y otras aberraciones.
En esta vida de representación sin ensayo, Wislawa Szymborska es quién dice que: “No conozco el papel que tengo.\Solo sé que es mío, intransferible. \De qué trata la obra, \tengo que adivinarlo sobre el propio escenario”.
Adentro se afinca el miedo. Tenemos miedo de los años, del tiempo que significa la dimensión física, que representa la sucesión de estados, por los que pasa la materia en el universo. Entonces, pensamos en la vejez y no queremos envejecer. Pensamos en la muerte y no queremos morir.
Mientras que otros se creen con el poder de matar y decidir sobre la vida de los demás, por un ideal o por lo que sea.
Inmersos en la duda, habitamos el planeta con la ilusión de que poseemos un espíritu que transcenderá el cuerpo. Porque no queremos desaparecer con la muerte, ni que nuestros seres queridos se acaben.
Estamos aquí, envueltos en certezas anteriores a la experiencia, porque cuando experimentamos el post muerte, por ejemplo, no podemos comunicar a los demás. Solo nos queda decidir creer o no.
Mientras vivimos, tenemos que decidir a cada paso. Independientemente, de lo que pensamos, sobre todo lo que nos dice respecto, sea correcta o errónea la decisión, tenemos que decidir y Cora Coralina dice: “Incluso cuando todo parece desmoronarse, cabe a mí decidir entre reír o llorar, irme o quedarme, ceder o luchar, porque he descubierto, en el camino de la vida incierta, que lo más importante es mi decisión”.
Es todo muy relativo, por eso, puede ser que los hipopótamos también cavilen sobre la existencia y sepan más sobre astrología que nosotros o, tal vez, los rinocerontes tengan un astrolabio preciso integrado a su visión y obviamente, tienen conciencia de ello, apenas no nos comunican. Nosotros no sabemos la verdad de lo que pasa al otro.
Los objetos, todos inmóviles en el mismo lugar, tal vez, esperan que los mueva, para sentir el sol cuando entra por la ventana. ¿Quién sabe? Ellos, tal vez lo sepan.
La pluma en la mano, tiene una actitud de estar siempre buscando, alguna respuesta, como si estuviera inmersa en la duda, habitando preguntas e innumerables expectaciones, además de las recordaciones.
La existencia efímera, con una pluma en la mano que indaga sobre los sentimientos que llevo muy adentro y a menudo callo.
Me quedo atónita, en silencio e inmóvil, como si yo fuera otro objeto estático, entre tantos que pululan en este cuarto.
De nada sirve. Pues la pluma, en la mano, que sabe de mi existencia efímera indaga…
Dejo que, de ella, escurran las palabras y puedo leer:
-No es nada, son apenas inquietudes.
0 Comentarios