Márcia Batista Ramos
Los padres de
algunos de mis abuelos, prefirieron ser cobardes vivos a ser héroes muertos y
se marcharon de Europa apiñados en navíos, para no entregar sus vidas en la
primera gran guerra que no les pertenecía, que ellos ni siquiera entendían las
razones, en un tiempo que nadie les explicó ningún motivo, pero exigían el
sacrificio de sus jóvenes vidas.
Ellos tuvieron
valor de agarrar su maleta con una muda de ropa y dos camisas, una foto de sus
padres, un cuaderno de apuntes con un lápiz de carbón, un peine de hueso, unas
pocas monedas y cruzar el océano, para adaptarse al nuevo idioma, en muchos
casos, para introducirse en una nueva sociedad y preservar sus vidas.
Vestían sombrero y
corbata. Algunos trajeron en el bolsillo el reloj que su padre les heredó al
momento de la despedida, de la eterna despedida… Una cadenita de oro con un
crucifijo o un pequeño escapulario con la foto de su madre.
Eran hombres
jóvenes que no tenían ni veinte años y ya eran hombres hechos y derechos, solos
en un nuevo país. Eternamente amputados de sus seres más queridos. De ahí, debe
correr por mi sangre un cierto desarraigo que llamo orfandad…
Cuando llegaron por estos lares, el abuelo Cesáreo conoció a mi abuela Negrita su nombre era Isaltina, ella era hija de esclavos nacida libre. Los padres de ella fueron arrancados de sus padres sin oportunidad de despedirse y recibir la última bendición… Como último recuerdo trajeron a Brasil, una lagrima cristalizada en el alma. De ahí, debe correr por mi sangre la eterna sed de justicia…
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