Pienso en Néstor Adco Mayta, allá lejos, allá en Saqui, bajo la mágica montaña de Yagua-Yagua, donde emergen con pureza virginal las vertientes que dan forma al Tambopata y sus aguas bravas, en medio de la cordillera y las nieves de Carabaya, donde se enseñorean los cóndores y los pumas y el viento, a veces, duele, a veces, canta.
Pienso en él, en el Néstor, porque, desde un lugar olvidado y áspero de la tierra, desde un corazón palpitante del Perú profundo, me enseñó que la solidaridad no tiene fronteras y que somos todos hermanos, sólo si lo sentimos, sólo si queremos serlo y que frente a la grandeza de la hermandad sincera no hay palabras, sólo el viento que a veces duele y a veces canta.
Pienso en Amanda Huayta, tan chiquita y tan valiente.
La pienso, a tanta Amanda, en esa cabecera de valle temible de huaycos trepidantes y piedras inmensas que ruedan que se llama Sandia, bastión kallawaya, y la pienso fuerte, fortalecida en su antigua fe, su fe campesina, en su arar persistente por la vida, en su fina estampa y su estarse en su dignidad de luchadora social, lideresa de sus compañeras, inquieta, vibrante, viva.
A Amanda Huayta, la pienso siempre: la pienso viva.
Pienso en el Jaime y esas tardes de calor abrumante cuando nos sentábamos al borde del barranco a ver las aguas incesantes del Amaru Mayu y nos quedábamos en silencio frente a la imponencia desplegada de un río, un río de verdad, un río invencible, que los dos amábamos, como sólo se ama lo esencial y lo sagrado.
Pienso en los Jojaje, padre e hijo, y ese intrépido viaje que nos convocó en busca de una tumba olvidada, en busca de las certezas de la memoria viva de todo un pueblo, en busca de Shajaó, en busca de los rastros de un destino, los calcinados huesos de un guerrero, la arena del tiempo, nosotros mismos.
Los pienso cuando recibimos ese correo desde el Cusco y, a pesar de la tristeza que nos acosó, no nos vencimos y enfilamos serranía adentro, trajinamos caminos imposibles y volvimos a buscar las huellas que Jojaje padre había dejado cuarenta años atrás y los aldeanos, sorprendidos, al verlo, gritaban. “volvieron los chunchos, volvieron los chunchos” pero, esta vez, todos abrazados como sólo los olvidados que no olvidan saben hacerlo…
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Cuando se conocieron los resultados de la primera vuelta de la elección presidencial peruana y el ancho y ajeno mundo conoció al maestro y candidato ganador Pedro Castillo, dentro mío se despertó algo que hacía tiempo no sentía desde la política: en medio de una emoción profunda, volví a ilusionarme, a hacer carne de una ilusión, el más dichoso de los sentimientos, el más bello -y el que más embellece esta puta realidad donde vivimos- y no pude contenerme en agradecerle a la vida por ese “oscuro día de justicia”, como diría Walsh, Rodolfo Walsh, y por volver a ver expresarse la voluntad del pueblo sufrido, del pueblo olvidado, de los nadies de la historia, de los invisibles para el poder, de ese Perú profundo que ya hizo historia.
No sé cuántos días faltan para el balotaje entre la encarnación desplegada de la ilusión y el renacer en firme de la esperanza -Castillo presidente del Perú- o esa tragedia anunciada que lo enfrenta. No sé de encuestas ni me importa: confío, con la ilusión por delante, que el pueblo peruano seguirá uniéndose y sumando, seguirá mostrando un camino diferente de construcción nacional-popular, seguirá haciendo historia que es su historia, pero también es la nuestra.
Pienso en todos mis patas (amigos) de Puno, de Ilave, de Juliaca, de Macusani, de Azángaro, de Sina, de Sandia, de San Juan del Oro, de Putina Punco, de Curva Alegre, de Pampa Grande, de Mazuco, de Puerto Maldonado, el sur andino y selvático del Perú, donde Castillo arrasó en la votación, y siento que ellos están tan ilusionados como yo, con el corazón bullendo de alegría, con la mirada altiva, con el orgullo de saber que están viviendo momentos trascendentales y donde ellos, junto a millones de peruanos, esta vez sí, decidirán su destino.
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Pienso -y lo pienso mucho- a mi hermano Juvenal, tantas aventuras vividas, tantas noches y sueños compartidos, y con el cual reforzamos el contacto en esta pandemia insensata, y en nuestra promesa de subir juntos hasta las apachetas del “Tata” de Juliaca para agradecerle a la pacha por cuidarnos y celebrar que seguimos vivos. Ojalá -y el pueblo es sabio y la confianza, intacta- vayamos también a agradecer y festejar la victoria del Perú profundo, la victoria electoral del maestro Castillo, la victoria infinita del pueblo.
Pablo Cingolani
Laderas de Aruntaya, 23 de abril de 2021
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