Sol de invierno


Sol que quema y no calienta, sol de los Andes, sol de invierno.

Sol que enrojece a los Ășltimos tomates en las huertas, endulzando a las moras negras que trepan en la pared blanca, sol que pintarrajea las pĂĄlidas granadas y al final del jardĂ­n, deshidrata los Ășltimos higos aĂșn pendientes a los ĂĄrboles. Un gajo de luna al horizonte del norte, el invierno valluno mira la cordillera y a su efĂ­mero verde, aprovecha de su Ășltima humedad, y como en la fotosĂ­ntesis es una maravilla la transformaciĂłn del paisaje. Efectos cromĂĄticos que entraban por la cĂłrnea del ojo de Van Gogh y con toda la luz y toda la calma se iban luego a su pincel. Trigo ardiendo en el negro de los cuervos, lirios desdoblĂĄndose de su irisaciĂłn. RefracciĂłn para Artaud.

El puntillismo de nuestro iris a veces logra desestructuralizar nuestra mirada, todos nuestros cromatismos se diluyen y el sol de invierno nos los devuelve -como si fuera una Fata Morgana- en el cielo de un azul y de miles azules, en la tierra de infinitas tonalidades, el fango, el limo, la crepa en la sequedad, en su morfologĂ­a y su textura, en su composiciĂłn biolĂłgica. Entre cielo y tierra las micropartĂ­culas invisibles. Clorofila volĂĄtil, en la energĂ­a de las ultimas k’ochas vallunas, de sus algas protectora, en las variaciones del verde de sus ricas arborescencias.

El sol del invierno calcina los sesos y dilata los espejismos del verano, alucinado, alucina.

Es para el campesino una pausa, el cambio de costumbre en sus siestas, la esperanza en su Ășltima cosecha, en las nuevas siembras y mira desde la ventana las nubes, nimbos grises que saludan el verano, cirrocĂșmulos que se esparcen por el aire. El sol de invierno dilata el horizonte, las nubes vagan, expulsadas y atraĂ­das como caprichos de la atmosfera o imaginaciĂłn de los poetas.

El sol de invierno, rechazado por todos, busca amistades, alianzas, trama nuevas conquistas.

Es su complicidad con el viento, la que deja signos en la piel, pergaminos sin letras, afilando la hoja en las tardes ya calmas, y con caricias al rostro diseña el tiempo y todas sus travesuras, esculpe en la edad, los vicios y las virtudes, con violenta belleza moldea la estética de una vida. Del silencio el grito, del color la transparencia. Quemaduras y jaspeo.

Esperando agosto y a otro viento, cambian proyecciones las sombras, el tamaño y las formas, las siluetas, el reflejo de los objetos, de las cosas, de nosotros. Pålido y contundente, tímido y presente, el sol de invierno permite la vista del polvo depositado en las superficies, en los espejos, en los ångulos de las arquitecturas, en los rincones de la Historia. Baja el cenit y de repente sube la visibilidad, luego el violento ocaso, negritud de los cerros y otro frío, en las manos que buscan calor en los bolsillos de los jeans, pasando como una caricia entre la barba abandonada.

Se oculta detrås de la cordillera, mås caluroso se va a oriente, allå impacientes esperan los pescadores que observan el contorno al horizonte, los panaderos tomando su primer café humeante se despiden de la noche, otros volviendo a sus casas sin saber si es la modorrilla o ya un nuevo día.

Maurizio Bagatin, 28 de abril 2021
Imagen: Mario Unzueta, Encuentro, 1922

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