Nápoles, Rione Sanitá


El café sospeso (en dialecto napolitano 'O cafè suspiso) es una costumbre filantrópica y solidaria napolitana, uno entra al bar y deja pagado un café expreso para que alguien de paso, y sin dinero, pueda pedir “un sospeso”, que algún día, cuando tenga más suerte, dejarà pagado para que otro…y así, mientras el Welfare popular es la pizza “a ogge a otto”, se compra y se come hoy, pero se paga ocho días después, pequeños gestos a confirmación que la plebe en Napoli es más plebe que en cualquier otro lugar. Es lo que encontraron Montesquieu y Walter Benjamín, es lo que fascinó a Pasolini y a Norman Lewis. Unicidad napolitana, abrazar la ciudad, levantarla a fuerza y desplazarla en cualquier otro lugar del mundo y ver que sus habitantes no cambiaron sus costumbres, su arte dell’arrangiarsi (arte de arreglársela), y la ciudad tampoco.

Paseábamos por el Rione Sanitá, un barrio de Nápoles que toma el nombre de la etimología de la zona, la cual procede de su salubritas natural y sobrenatural, debido a que era entonces una zona incontaminada que albergaba las catacumbas, consideradas responsables de milagrosas curaciones, y de repente entramos en una plazuelita adonde la música napolitana, las luces y las banderitas coloreadas parecían recibirnos, el olor a pescado frito y la alegría de los anfitriones fueron otro ingrediente de la napoletanitá verace (napoletanidad verdadera).

El oro de Nápoles de Vittorio De Sica, con Totò (el Principe Antonio De Curtis, el cual propio en este Rione Sanitá nació), Eduardo de Filippo, Sophia Loren y Silvana Mangano, fue rodada entre estas callejuelas, subidas y bajadas, olores a pizzas fritas y personajes del Decamerón.

Con mucha hambre en cuerpo nos sentamos en una esquina y pedimos el menú, una señorita de exuberante belleza mediterránea - piel bronceada y ojos verde olivo, pelo negro y la postura de Claudia Cardinale en El Gatopardo de Visconti - nos trae un plato de frito mixto, una spigola y una botella de Lagrima Christi - ¿se podía pedir más? - invitándonos luego a bailar porque era un gran día aquel, y debíamos festejar con ellos. Y festejamos, nos comimos un plato más de pasta con almejas y terminamos con un maravilloso sorbetto al limón, unos cuantos limoncellos y el encantador lío, típico en Nápoles, de quien quiere pagar la cuenta: “¡No, pago yo, tú eres mi huésped!”, “Invito yo, hace tiempo que no nos veíamos” y así hasta que uno decide buscar la caja y largarse y anticipar al otro. Ninguno la ve, nadie la encuentra hasta que una lucecita atípica parece ser la caja y me largo rápidamente, el armario que encuentro a mi frente me pregunta si fue de nuestro agrado todo y si deseábamos tomarnos otro vino con él. Asombrante. Le pregunté, ya bien alegres mis movimientos, mi tentativo de introducir un toque maccheronico de dialecto napolitano, cuanto era la cuenta. Saliò también su eposa, otra maravilla de este sur, siempre escondiendo sus bellezas o siempre olvidando que las tiene. Me miraron los dos, firmes con sus ojos profundos, todos navegando adentro, el mar, su gente, el terrible Vesubio, la comedia y Pulchinela, y con voz clara y fuerte me dijeron: “Aquí nadie paga nada, aquí todo es invitado porque hoy es una fiesta grande, ¡mi hijo salió de la cárcel!”. Nos retiramos, yo mirando en la cara a mi amigo, él riéndose, entre lo incrédulo y el satisfecho. Nápoles, con su innato surrealismo, Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille, estadía de Giovanni Boccaccio, no traicionò. Aquí podemos seguir abrazando la polis y podemos levantarla, podemos trasladarla en otro lugar, unos cualquiera sobre la tierra y su plebe seguirá arrangiandosi, y la ciudad también.

Maurizio Bagatin, 21 de mayo 2021
Imagen: Norman Lewis, Napoli '44

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