Es una de las mejores escenas del cine argentino, que digo: del cine latinoamericano, mejor diré, de una buena vez: del cine mundial, de toda la historia del cine. La interpreta Rodolfo Bebán en ese clásico titulado Juan Moreira, obra maestra de un creador de obras maestras llamado Leonardo Favio.
El gaucho Juan Moreira sufre los desgraciados avatares propios de tener que vivir en un mundo que ya no es el suyo: el capitalismo -con su implacable mano de hierro y su alambre de púas- viene cercando a los paisanos, los viene queriendo amansar para sus fines, los quiere volver mano de obra barata y que se dejen de joder con su ser libres, su ser y estarse en la tierra sin límites, su ser, en definitiva, gauchos.
Juan Moreira nació rebelde y morirá rebelde -si algo nos legó Favio con su obra es eso esencial que está más acá o más allá de la muerte- y cuando la aciaga cita lo espera, lo convoca al rebelde, asediado por la tropa de milicos, mal herido, sangrante en la refriega, acorralado sin remedio, el decide intentar lo imposible porque si no lo intentase, ¿para qué vivir? Peor: ¿para qué morir? Morir sin dignidad, morir sin coraje, morir sin haberlo intentado, no es lo suyo, no fue nunca lo propio, ni lo será.
Entonces, Moreira (Bebán, que ya había hecho un más que noble papel de Juan Manuel de Rosas en otra película, esta vez de Antín) se arma de valor supremo, alista sus armas y se dispone al combate final, el de la gloria, y juntando fuerzas, todo ensangrentado, lacerado, hiriente -es un viril Jesús de las pampas-, respira hondo y siente que toda la fuerza de la naturaleza lo está bañando de dicha en el momento previo donde el destino buscará un desenlace -la fuga o la fatalidad- y elevando sus ojos y dejándose limpiar el alma de toda injusticia padecida, toda miseria, de cualquier duda, se libera y pronuncia esas tres palabras inmortales:
-¡Con este sol…!
Toda la poética de Favio, del gaucho, de la América Profunda, de nuestra tierra, está condensada en estas tres palabras, en este ahogado grito del insumiso que no quiere someterse al desarraigo, que luchará hasta el final y que, antes del final, lo expresará desde la hondura más plena, la más fecunda, desde el corazón abierto a la inmensidad de su terruño y sus sueños desgarrados, sólo con tres palabras: con este sol, sol bondadoso, sol generoso, sol paternal, sol que me amparas, sol que me guiaste siempre, sol de mi libertad, dime ¿por qué tengo que morir?
Corte a: Moreira sale a enfrentar la muerte, no puede abolirla, no puede eludirla: intenta la vida hasta que ya no puede, muere como un valiente. El sol, el sol que amó y que lo amó hasta el final, será su mortaja.
¡Con este sol…! Hoy me desperté inquietado por estas tres palabras.
¡Con este sol…! Las recordé a cada paso que dimos en la montaña a donde acudimos a celebrar y a ofrendar a ese mismo sol con nuestros muertos más íntimos: la perra Dana y el gatito Valentín.
¡Con este sol…! Las anoto ahora en homenaje a todos mis/nuestros muertos que también caminaron con nosotros por los cerros: los muertos de Quera, los muertos de Kuruyuki, los muertos de Napalpí, los compañeros de Trelew, de Pisagua, de Margarita Belén, los muertos de Sacaba y de Senkata, todos y cada uno de nuestros muertos.
Con este sol de claridades, sol de solsticio de invierno en los Andes, que nos alumbra, dime: ¿por qué tuvieron que morir?
La respuesta, mi amigo, sigue flotando en el viento…pero si tú, mi amigo, te animas a responderla, de seguro, encauzará tu espíritu, templará tu fe, iluminará el camino.
Pablo Cingolani
Laderas de Aruntaya, 21 de junio de 2021, solsticio de invierno
Imagen 1: Fotograma de la película Juan Moreira, de Leonardo Favio.
Imagen 2: Solsticio de invierno 2021. Fotografía de Carolina Clocchiatti.
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