Márcia Batista Ramos
“Belleza:
una fruta a la que se mira sin alargar la mano.
Semejante
a una desgracia a la que se mira sin retroceder.” Simone Weil
Así, como el
hilo atraviesa las cuentas de un collar, precisamente así, cada uno atravesó la
propia vida. Después de percibir los primeros rayos de sol, vinieron los
primeros pasos y las primeras palabras que fueron tatuadas en el alma,
dibujaron en el pecho la cicatriz madre - padre – hermano.
La leche con
chocolate humeante, en el invierno frío que congelaba la punta de la nariz, un
pájaro carpintero que rompía el silencio a camino de la escuela, donde la b y
la a se unían para decir ba. Cuando los ojos se iluminaban ante las letras y la
boca tartamudeaba las mismas palabras que ya estaban suturadas en el pecho: ma
- má…
En la mente las
palabras que representaban seres y cosas, ganaron lentamente un cuerpo, que se
podía calcar sobre el papel. Era una especie de descubrimiento de la belleza,
algo subjetivo que se anidaba en la mente sin que se le preste mucha atención.
En la habitación
de los padres, saltar sobre el colchón de resortes y tener la certeza de que se
vuela, antes de aterrizar sobre la colcha de satín amarillo quemado, un sol,
suelo suave después del viaje. Cuando no se tenía la certeza del tiempo, ni de
las horas y la única obsesión era lo dulce: dulce de leche, caramelos,
tablillas, dulce de frutas, chocolates, postres, dulce de zapallos, helados,
algodón dulce, paletas, tartas, dulce de coco, bombones. Que además de
comerlos, se guardaba las envolturas, para hacer anillos de papel, también se
los dibujaba y coloreaba en el cuaderno de dibujos, se leía la marca, la
composición, la industria y la dirección en letras diminutas, en un ejercicio
de comprender el mundo que rodeaba la existencia incipiente.
La alegría al
ver una rayita de luz por debajo de la puerta al despertar y empezar el día con
algarabía, hacía parte del cotidiano de la época en que se aprendió de memoria
los cuentos favoritos, que servían de pasatiempo en los días de recreo y que
precedieron la revista “Selecciones” y otras tantas revistas que trajeron
palabras que estaban ocultas.
Las palabras
paulatinamente empezaron a estallar en imagines de profunda belleza, mostraron
otros mundos, en forma de lugares que existen solamente en los libros y lugares
lejanos, que después, mucho después, se pudo pisar y eran tan reales y
coincidentes, cuanto su descripción en las revistas.
Hubo un eclipse
de luna y el paso de la escuela al colegio, un paso rápido por la vida, sin
mucha certeza de nada. Apenas que ya no salía a hacer volar las cometas, ni
volaba en la habitación de los padres. La sensación de haber realizado una
especie de viaje en el tiempo y no reconocerse completamente, traía consigo
nuevas palabras como individuo, aquél que no se divide y soledad, porque el
individuo anda sin compañía, mirando al espejo los granos de acné en la punta
de la nariz en los hermosos días de verano.
No existía
armonía entre el espejo y la nariz. Los libros llegaban en volúmenes pesados de
la mano del profesor de literatura y las nuevas palabras como lección, resumen,
obligación, no eran bellas y venían cargadas de hastío y uno miraba el reloj a
cada segundo, porque sin percatarse asimiló el tiempo y sabía que, desde el
paleolítico hasta aquel momento, la vida del hombre sobre la tierra había sido
una lucha por la sobrevivencia, también, una lucha con los demás humanos… Y eso
no tenía nada de bello y las palabras aparecían mojadas de sangre.
La hora, la soledad,
el espejo, los libros pesados, la sangre y de repente se ve una estrella
cadente y de algún lado, tal vez del cielo, aparece la palabra amor.
Amor, si fuera
un sentimiento completamente bello no supondría un atractivo carnal. Tampoco,
si fuera completamente bello el amor, no se conocería su antónimo.
Un eclipse de
sol trajo la formación universitaria, la profesión, una pareja y un hijo. Se
conoció las palabras técnicas y las palabras indecentes que revelan, en toda su
desnudez, el absurdo que es el mundo y las barbaries que coexisten con la vida
pequeño burguesa, reflejada en los ideales clase media y las taras que se
alimentan de dinero, cuerpos ajenos, drogas y otras porquerías.
Sin saber cuándo
llegaron las nuevas obsesiones, mucho más acérrimas que los dulces, uno fue
invadido por un sentimiento extraño al conocer la palabra necesidad y entonces
trabajó y trabajó haga sol o lluvia, sea noche o día… Mientras aprendió el
sentido de las ausencias irreductibles, que trajeron consigo un conformismo apático.
Pasaron muchos
veranos y primaveras por la ventana y en pleno invierno, uno preparaba una taza
de leche con chocolate humeante, porque el frío congelaba la punta de la nariz
y de repente, de manera punzante, llegó la palabra nostalgia. Entonces como el hilo
que atraviesa las cuentas de un collar, uno percibe como atravesó la propia
vida... Y siente un dolor que, a fuerza de ser puro, tranquiliza. Las
circunstancias traen palabras viejas, aprendidas en el camino, pero poco
elaboradas durante la vida y uno murmura a Dios y lo eterno, mientras la fe y
el alma se hacen palabras corrientes en un intento de alcanzar algo más bello,
para cuando tenga que permanecer inmóvil para encontrarse con la palabra que ya no permitirá retroceso: la muerte.
1 Comentarios
texto muy lindo!
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