Travis revisitado

 

Andando el camino, las arenas se desatan cual aguijones endemoniados, rebeldes bailan como duendes, jugando, cascabeleando, te roe, te arden, te enloquecen, celebran tus pasos, luego los ocultan

 

El tiempo como dagas te exilia de tu audacia, dudas si son nubes negras que abajaron tus pasiones, temes te devore el vendaval, la blanca bruma de los acechos, el destino que labra una clepsidra rota, inútil, olvidada

 

Andando el camino -aún es de día-, vuelve a acuciarte la belleza de las montañas, las sabes distantes, imprecisas, inalcanzables…las sueñas tan próximas que puedes tocarlas con tus manos desgarradas por la arenisca aleve

 

Son huevadas, te dices, mientras escampas tus ojos y escuchas guitarras que crees venir desde algún campamento, algún amparo, arduo sosiego, vuelves a mirar tus manos y sabes, y lo sabes bien, que ya el tiempo empieza a escurrirse de tu alma, liberándola, y que esas guitarras que te incitan, que te huelen a refugio, y que te salvaran del desastre y de la muerte, vienen de vos, vienen de adentro tuyo, son tus propias deidades que te despiertan de la ensoñación, igual que a Marco Polo en los eriales de Tartaria

 

Insistes en mirar tus manos mientras la luz crepuscular las sana: ahora no dudan ni tiemblan ni hay desgarro ni temor que las demore: señalan la dirección que anhelas, la tormenta cesa, ya no las sueñas, las ves, amables y desafiantes: son las montañas. Son tus montañas.

 

Pablo Cingolani

Laderas del Aruntaya, 30 de julio de 2021

 

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