Podrán decir que exagero —más agregar belleza o brillo o luz a lo que naturalmente lo atesora, a lo que es y será bello y brillante por siempre, no es ningún exceso, menos pecado de extremismo, mucho peor es no loarlo, no cantarle en su intensidad que irradia y que uno trata de asirla de algún modo, añadiendo acaso más fulgor, tal vez más hermosura, seguro pasión, pasión por lo sentido, pasión agradecida
Podrán señalar con la vara del desencanto y señalarme que no hay tales prodigios ni menos esos desconocidos milagros por más palabras que se agiten para intentar anunciarlos —uno va por ahí, se lanza al viento y no teme, se arroja a las montañas y navega, y uno no puede andar por ahí, entre las montañas y el viento, cerrando los ojos: los ojos son los que hablan, el corazón que habla por los ojos, y uno lo escribe y uno no miente porque, como diría aquel que sufre y padece, ¿para qué mentir?
¿Es mejor no decir nada? ¿Es preferible guardarse las maravillas encontradas para sí? Si así lo crees, adelante, pero deja ya de leerme
Uno trata de anotar las cosas que ve —eso que brilla, eso que es bello, pero que se sucede invisible, imperceptible, escaso o inconmovible para los necios de toda necedad y de toda cura— porque en el hallazgo de la vida, está la vida. Y en el hallazgo de la belleza, también está la vida y, conjugadas, por lo bello y lo vivido, está el agua.
* * *
En el hallazgo del agua, está el agua.
Y lo más conmovedor de todo: en el hallazgo del agua, está el clamor del agua y dentro del clamor del agua, está su fervor, el fervor del agua, y esas sí que son cuestiones de narrar, esos sí que son asuntos de anclar para intentar que no se olviden.
No habría un mundo sin ese fervor, y yo no entendería la vida; no podría entenderla.
Dirán que exagero, que cortejo a la desmesura, que hago de una nadería, un portento: es fácil construir palacios con basaltos y micas; lo virtuoso es imaginarlo dentro de un grano de arena y saber que allí dentro también caben corceles, escaleras y nubes y que los que jamás podrán albergarse serán los muelles a donde retornar del mundo ferviente que agitan las aguas, el mundo que yace en la profundidad abismal de cada gota de agua.
Podrán insistir que no, podrán patearme las narices y yo seguir insistiendo: contemplar la verdad desde la comodidad de la sala o el voltaje que pretende suplantar al sol, será siempre un camino elusivo hacia la esencia de esa verdad que se ansía.
Sin verdad, sin alguna verdad, nadie respiraría.
Pero una cosa es la verdad y otra cosa es la esencia de la verdad, de cada una. Y eso está escondido, por más que a veces lo tengamos delante de nosotros.
Se oculta, simplemente, porque si la verdad anduviese por ahí, desnuda y arrebatando, y todos pudiéramos sentirla así de fácil, sencillamente, no existiría el mal, y todos fuésemos santos —sin pecado, pero también sin deseo—
y algunas, hadas,
y este no es el caso: el mundo, tal como nos es entregado al nacer, el mundo tal como lo conocemos cuando nos ponemos de pie, ese mundo se conjuga de manera tan honda y cruel con lo malvado que nadie, nadie y en esto sí que estoy seguro, dirá que exagero, nadie dirá ni podrá decir que aumento una pizca al desconcierto.
El mundo es así, mal que nos pese, mal que lo neguemos, por eso hay que ir a buscar la verdad, la esencia de la verdad en el fervor del agua: hay otro mundo allí adentro, hay otro mundo latiendo, hay otro mundo esperándote.
Algunos se preguntarán de qué carajos habla, qué insensateces proclamo. Si uno busca, busca, busca, y nunca se encuentra nada. Digo: es que no sabes qué faros te guían, qué honduras estás buscando, qué motivos persiguiendo, qué recompensa esperar. Vanos son los tesoros si no estás siempre dispuesto a perderlo a todo, acaso a extraviarte, a no regresar jamás.
Nuestra morada es el cosmos. Nuestra voz es el silencio -en su hallazgo, están todas las palabras. Nuestro amparo es el agua. El agua. El fervor del agua.
Una gota, esa que fluye libre y salvaje por las montañas, concentra todo el fervor, todo ese fervor: el combustible vital. Conectar con eso, saber que eso es lo que horada la piedra, saber que a la vez piedra es agua y agua es piedra, es suficiente para rebalsar de dicha y es necesario para no rendirse jamás.
Si aún no lo sientes, clama al dios de las estrellas, ruega al rayo que ruge, pídele a la diosa madre de la naturaleza: ellos te escucharán, ellos te sabrán guiar. Ya lo dijo el poeta: caminante, no hay camino: padeciendo, se hace camino. Áspero, mal trazado, mal herido, pero es camino. Se hace camino, si te das cuenta. Caminante, no hay camino: se hace camino al errar.
Pablo Cingolani
Laderas de Aruntaya, 15 de octubre de 2021
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