Desconocidas callejas de Drohobych


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Te decía, hoy domingo, que a tu lado quisiera remar por el delta. Danubio de juncos y aves zancudas. Leemos a Rilke, el Libro de mano. El sol tiene color de membrillo. Apenas sonido en el agua por peces respirando. Sin ellos, el no tiempo, fluir por el río hasta el mar, ajenos a la muerte de todos los zares, a revolucionarios colgados, a Lenin en tratos con Martov para tomar el tren alemán a Petrogrado sin ser llamado traidor. Ajenos a la melancolía, tan difícil de despegar, del viejo Drohobych, de los versos de Iván Franko y dibujos de Bruno Schulz, en tierras que cambiaron banderas y reyes tanto para no pertenecer a nadie sino a la niebla. Tumbalalajke, suena el clarinete, violines sobre los techos de las aldeas judías. El violinista en el tejado, historias populares de Sholem Aleichem, Chagall enamorado volando con la cabeza volcada, mientras tú y yo bailamos el klezmer y derramamos hidromiel por sobre el polvo medieval, siempre sangriento.

07/11/2021

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