Miguel Sánchez-Ostiz
Cómo no vas a escribir de una ciudad en la que, a cada paso, te encuentras con reclamos como el de la fotografía. Empecé a escribir un libro sobre Valparaíso, al margen de mis diarios de viaje, en el año 2008, desde mi alojamiento de Playa Ancha, calle Levarte. Lo iba a titular Las puertas de Valparaíso, lo continué en el mismo lugar dos años después durante unas cuantas semanas. No encontré interés alguno por parte de los editores a los que acudí, un editor y una editora, que ni siquiera se dignaron considerar la lectura del libro. Una pena. No es que estuvieran agobiados de originales, no, sino que mi nombre les quemaba, no les traía cuenta. Lo mismo pasó con Cuadernos Hispanoamericanos a quienes ofrecí la publicación de unas cuantas páginas, como las que ya había publicado en una revista de Extremadura. Así es como lo dejas, lo vas dejando, pero la ciudad, las imágenes van y vuelven por mucho que las fotografías, por ejemplo, se hayan desvanecido con tantas idas y venidas. Con la edad vas afinando algo importante: tragar sapos, tragas, porque no queda más remedio, pero que callar eso ni p'a Dios. Cada cual a su juego. Yo, a lo mío. Tarde o temprano, ese libro verá la luz. Ahora, Valparaíso y sus trolebuses suizos regresa como remoto escenario de un nuevo artefacto narrativo, complejo, vitriólico, jolgorioso, que verá la luz en otoño próximo. Por el tema estaría bien presentarlo el 2 de noviembre.
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Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (26/1/2022)
1 Comentarios
¡Hola! A mí me encantaría leer ese texto. ¡Saludos!
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