Cuento o imagino contar los pasos que un hombre hace cada día. Las huellas sobre el polvo, las manchas que nuestra entropía forma y, de repente, se lleva. Las mías también.
Mi generación será la ultima en llevarse los libros hasta su tumba. Los que vinieron después llevaran todo compactado. Un mp5 para la eternidad.
Un blues, un plato de pasta y un vino, que son fortalezas como el paraíso que soñó Borges. Un día de lluvia no es un día para trasladarse, es un día para hacer al amor, como siempre bien me decía mi padre; desayunar a la hora que te parce mejor, mirar el verde que hace años no veía así, oler profundamente el aroma a café fuerte y negro, mirando la nube que sale de la moka y se confunde con las gotas de lluvia de la ventana aun cerrada.
Trasladar tristezas no es para los domingos, aunque el sol desaparezca y el solo Robert Johnson te siga enseñando como en un día triste como hoy puedes siempre vender tu alma al diablo.
Movemos el polvo mientras queda vacío el estante y la casa; un avión se llevará otra parte de nosotros en días. Queda el misterio y la belleza de la vida, la sonrisa de los niños, el cielo intentando despejarse, la memoria que si no es olvido es el intento de modificar el pasado.
Maurizio Bagatin, 23 enero 2020
Imagen: André Derain, Retrato de Matisse, 1905
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