Trilce, Ulises y La tierra baldía.
Hace cien años, en una breve pausa entre la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial, tres libros irrumpen en el panorama literario. Y creo que cambiaron el lenguaje sobre la tierra. Una contemplación ausente en aquel tiempo se presenta al lector y al mundo como una revolución literaria -ya México y Rusia estaban viviendo unas revoluciones, muy distantes una de la otra- y todo lo que vino después sintió esta nueva efervescencia. Ningún ismo fue participe o cómplice, creo que Vallejo anticipó el Surrealismo mientras la crítica lo miraba de reojo; muchos reconocieron la estridente belleza experimental de sus versos, la elegancia de su hermetismo, sobre todo una renovada riqueza en la voz, en las musicalidad de sus nuevas palabras.
La prosa se hace poesía y viceversa. James Joyce es citado más que leído, admirado más que contemplado. Leopold Bloom y Stephen Dedalus son los personajes para el psicoanálisis por antonomasia. Ulises, es el Paris de Balzac y la Londres de Dickens, en Dublín. En una mesita de un café de Trieste es Claudio Magris que navega su Danubio. Un libro que son muchos libros en un solo día, el Mito que andaba buscando Melville en su Moby Dick, y el Edipo de Freud en las tragedias griegas.
Tal vez La tierra baldía no debe ser la esencia de la poesía que Heidegger vio en Hölderlin. Tal vez será la sola percepción del ser que vio Borges afuera de los laberintos y sin las paradojas: en Thomas Eliot la preparación de Los hombres huecos ante la agonía de que “ninguna palabra dice lo que dice, ninguna palabra nombra lo que nombra”.
Poesía y narración que sigue buscando la reconciliación de la subjetividad con la historia, en un Annus mirabilis, el 1922, durante el cual también Fernando Pessoa estaba afinando su orfebrería.
Tres libros que encierran los esfuerzos humanos para existir, y sus abrasiones…un día Casandra, otro día Pandora…para reír cuando el derrumbe ya ronda con la música y su eternidad.
Maurizio Bagatin, 20 de septiembre 2022
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