Márcia Batista Ramos
“Es fácil no hacer caso de la lluvia si se posee un impermeable.” Truman Capote
Cualquiera sabe que la paz y la serenidad son esenciales. Pero, no siempre uno puede sosegar y dejar pasar el mundo. Porque los ruidos e imágenes cotidianos están siempre al frente, mismo cuando uno mira al mundo a través de la pantalla del celular. Siempre aparece una vocecita a dentro de uno, una voz que siempre está ahí, pero a veces se calla. Esa voz que quiere serenar todo, el tiempo todo… Sin embargo, uno mira al frente y es sobrecogedor ver a un animalito abandonado a su suerte, sucio, hambriento, asustado. La escena rompe la quietud. Es siempre así, los reveses están al frente. Tan cerca que abofetean la cara, a menos, lógico, en el caso excepcional de que, uno no se sienta tan humano.
El sentirse golpeado por la realidad, lleva a uno a sentir sus propios quebrantos. Porque al final, los que escribieron tantas teorías, no consiguieron mejorar el mundo, tampoco los que vinieron después de ellos mejoraron el mundo, ni los que agarraron armas, ni los otros, peor, nosotros que nacimos sofocados por las tecnologías y el desarrollo y, sin embargo, nacimos como un reloj al que no se le ha dado cuerda, estamos detenidos desde nuestro nacimiento y ya pasaron más de cincuenta años.
Todos los días vemos la guerra de lejos, de muy lejos y ni nos preocupamos, porque ya nacimos sin alas, sabiendo que no podemos volar para cambiar el destino de otros pueblos. Ni por paga como hacia Giuseppe Garibaldi, que vino de lejos, nos ayudó a perder la guerra, cobró su paga y se fue. No nos movemos muy lejos, ni sabemos qué significan los ideales. Preferimos el café a media mañana.
Hacemos las mismas tareas rutinarias, con la misma actitud diaria. Cuando uno está acostumbrado a escribir, ya no es escritor. Hoy, somos meros traficantes de palabras, en un mundo que no comprende el verdadero dolor de Alejandra Pizarnik, pero que está poblado de gente que cree que es su reencarnación, sólo porque Alejandra dijo cosas, así como: “Mi actividad mental consta de un suceder de imágenes vertiginoso, recuerdos desordenados, palabras que se van en cuanto trato de apresarlas (como un ladrón huyendo del que sólo se ve el extremo del saco, al doblar una esquina). ¡Es desesperante! Trato de llegar a cierta coherencia, pues no es posible seguir tan despegada de mí misma.”
Como en estos tiempos está de moda reconocer la propia locura y tratar de hacer una apoteosis de sí mismo, muchos que quisieran ser la reencarnación de Alejandra y otros tantos que, realmente, creen serlo, se agarran de las palabras de Cyril Connolly que Alejandra utilizó como epígrafe: “Me veo obligado ya a admitir que la ansiedad es mi estado genuino, ocasionalmente interrumpido por el trabajo, el placer, la melancolía o la desesperación.”
Entonces, en un ensimismamiento profundo uno solo mira al frente si es para mirar al espejo. Aun así, se inquieta. Pierde la paz. Se angustia porque se siente tan humano en su propia soledad y la consternación se apropia de uno y uno mira al frente (al celular) y no alcanza a sentir los dolores del mundo. Y sin querer justificar, uno piensa que, es cierto que las desigualdades están en todas partes y algunos están acurrucados en un rincón cualquiera y no existe muchas posibilidades de tomar aire y sacar fuerzas de sus adentros, para levantarse. Pero están tan lejos, que uno no podría ayudarlos. Por eso, uno trata de pensar en sí mismo; de identificarse con alguien tan sensible como Alejandra. Nadie es demasiado humano. Sabemos que pasan cosas que roban la paz. Nos muestran como show por las pantallas, pero no barajan una solución. Nunca habrá punto final en esas historias.
Uno trata de retomar la paz y la serenidad, que son tan esenciales. Porque uno se siente un poco humano y no siempre puede sosegar y dejar pasar el mundo. Porque los sonidos e imágenes cuotidianos están siempre al frente, mostrándose a través de la pantalla del celular. Entonces, uno se convence de que las diferencias marcan el ritmo del día. Además, uno piensa que es penoso saber lo que ocurre allá lejos, donde cortan cabezas de personas vivas a sangre fría.
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