Envidia


Márcia Batista Ramos

Ando de rodillas en las iglesias y catedrales, haciendo ruegos al Dios del cielo y de la tierra, para que la Paz sea para toda la humanidad. Sé que Dios no escucha mis súplicas porque el fuego cae desde el cielo consumiendo perros, gatos, plantas y niños. Hasta las arañas sucumben después de cada mísil. La mermelada, en el frasco de vidrio se mezcla con los trozos de las paredes y con las astillas del perro-gato que fue estrujado mientras se ocultaba bajo la alacena.

El mantel se incendió, de la última cena quedaron los guijos de los platos de porcelana china y algunos fragmentos de los humanos que creían en Dios y en la protección que viene de los cielos cada día, a pesar de nuestras ofensas.

El loco del pueblo habla de la gran extinción que vive la humanidad, con una guía telefónica en la mano él recita los libros del Apocalipsis, versículo por versículo, sin equivocarse. Cierra la guía telefónica y hace un discurso sobre la evolución biológica y dice que somos un mero ejemplo de unos patrones repetitivos que tienden a terminar. Con vehemencia, él dice que estamos en un proceso de des-civilización de la sociedad, en un estado de civilización sin sentido e irreflexivo, con déficit de empatía, que llevará a todos al fin.

Algunos paran para escuchar al loco que, con mucha elocuencia habla sobre la decadencia de las civilizaciones y su proceso de autodestrucción. No quiero parar para escucharlo, pero disminuyo mi marcha para alcanzar oírlo. No quiero que él se percate de mi existencia y finjo no importarme con su discurso, aparento caminar a mi destino sin advertirme de su existencia. Pero, el loco me sorprende y habla más fuerte: - “¡Por favor, usted que pasa de largo con su sombrerito rojo! ¿Quiere decirnos si las armas de guerra influyen en el cambio climático? ¿Cree usted que los que mueren en las guerras van directo al paraíso? ¿Piensa usted que los cambios climáticos pueden influir en la caída de las civilizaciones? Y por último díganos: ¿Dónde compró el sombrerito rojo?”

Su voz me paralizó y sentí que todos dirigieron su mirada hacia mí. Antes de nada, pensé que no debería salir con el sombrerito rojo. No sabía si acercarme al loco del pueblo o hablar desde el lugar que me encontraba; todos estaban atentos, silenciosos, en espera de mi respuesta; tomé aire y en alto y buen tono empecé mi discurso apocalíptico. Dejando sin público al loco, que se molestó y utilizó su guía telefónica para incendiar al pueblo.

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1 Comentarios

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