Márcia Batista Ramos
Sabiendo que es preciso navegar la larga noche, decidí subirme al barco de Caronte. Ya que no sé, qué es lo que más importa. Tal vez, otros lo sepan, por eso algunos arrancan la vida de la tierra; por lo mismo, sembré girasoles en la última primavera, para poder cosechar fortaleza y felicidad en el verano (sin ponderar la sequía). Dicen que la Luz y la Sombra dependen de la manera en que miramos. Ya no sé cómo mirar la perversión del mundo... Tampoco quiero hacer una anotación del mal.
Observando el río Aquerón y viendo a todos los que hacemos fila para tomar el único barco seguro para la travesía, pienso en por qué no se inventó, hasta el momento, una escuela de náufragos ya que todos van a morir y ni todos podrán subir al barco de Caronte, ya que él va a escupir insultos sobre las personas obesas y va a rechazar a quienes no posean entre uno y tres óbolos. Con certeza, muchos van a naufragar en un pantano insalubre dentro de un paisaje desolado.
Mientras la muchedumbre se apila en la orilla del río Aquerón, percibo que entre los cortos intervalos de los ataques que aniquilan la primavera acontece la vida, porque una semilla brota, una flor se atreve a abrirse y una vida que esperaba nace. Asimismo, una existencia que agoniza lo hace con la ilusión de sobrevivir y sobreponerse al caos; comprobando que la esperanza es la última que muere en el siglo de devastaciones en que vivimos y morimos.
No puedo ser indiferente y aguzo los sentidos para mirar la furia de los elegidos de Dios que, transforman un pequeño trozo de tierra en zona de caza, escucho en el fondo la balada del miedo, mientras un hombre encorvado observa el juego de las salamandras. Una mujer de poca estatura y regordeta, empieza a gritar: - “¡Las personas felices, hagan otra fila aquí y al lado que formen las almas de los ricos!”
Se escuchó una voz que le preguntaba a la mujer de poca estatura y regordeta que gritaba: - “¿Hay una fila para los perseguidores?”
Entonces, en medio al ruido, el hombre encorvado que observaba el juego de las salamandras, hizo un gesto para proteger a su cabeza, como si escuchara ecos de los fusilamientos que ocurren a todo momento en cualquier lugar del mundo. Parece que le duele saber que existen tiernos guerreros en el campo de combate, allí donde van a morir los inocentes. En el mismo instante, reconozco en medio de la aglomeración, a un poeta y a un cuentista, lo que no comprendo es la música que desde el fondo va turbando a todas las almas que ni siquiera piensan en los dolores cotidianos.
Más allá de la orilla del río, en los países que viven el realismo mágico cotidianamente, las calles surrealistas están inundadas de propaganda navideña, incluidos los Papás Noel rojos, que nada tienen que ver con el polo norte, peor aún, con los países tropicales. ¿Para qué tanta locura? Casualmente, entre lo poco que sé, está que es cierto que, dependiendo de las circunstancias, lo que nos resta es la fantasía.
Mientras que en el oriente los cielos rojos, precediendo el negro humo que cubre el dolor y el esplendor de todo lo que estuvo vivo minutos antes, cuando unos encargan a Dios sus almas y otros piden misericordia por sus vidas, precisamente, en vísperas de la Navidad que se debate entre los efectos devastadores del consumo y de la guerra.
De repente, me percaté que no llevaba una moneda para pagar el viaje, entonces tuve que seguir en la vida, en el mundo, en ése gran escenario de la ficción. No pude abordar el barco de Caronte, me quedé al margen del río del dolor a observar las pequeñas catástrofes cotidianas.
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