Toulouse Lautrec primo de sí mismo


Márcia Batista Ramos

En el siglo XIX Montmartre, un barrio lleno de luz, era el centro de la vida parisina, morada de los artistas de la época que se reunían en las tabernas, café conciertos, teatros, cabarets y lugares de moda del mundo de la noche, caracterizado por la diversión, la alegría, la riña y el baile, pero simultáneamente, por la prostitución y la decadencia. Un barrio con una actividad nocturna que se mezclaba, inevitablemente, con la efervescente actividad cultural. Buenos tiempos aquellos en que genios como Manet, Renoir, Van Gogh o Toulouse-Lautrec vivieron y pasearon por las calles de Montmartre, entre putas alegres o tristes, rufianes y otros mequetrefes.

Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa Tapié de Celeyran, conde de Toulouse-Lautrec-Monfa, uno de los más importantes exponentes del neoimpresionismo, que irrumpió en el arte europeo en la segunda mitad del siglo XIX. Se destacó por la representación de la vida nocturna parisina de finales del siglo XIX, por su capacidad de captar el erotismo como tensión entre lo visible y lo invisible. Era en el movimiento sutil, donde la mirada de Toulouse-Lautrec se detenía para descubrir la sensualidad encubierta.

Toulouse-Lautrec nació el 24 de noviembre de 1864 en Albi, Francia; pertenecía a una familia aristocrática y creció rodeado de mimos, por ser hijo único de los condes Alphonse de Toulouse-Lautrec-Monfa y la Condesa Adèle Tapié de Celeyran, que tuvieron otro hijo pero que, falleció a la edad de un año, haciendo con que todo el amor y mimos de sus padres se concentren en él. Le “petit bijou” (pequeña joya) como solía llamar su madre a Henri Marie Raymond.

Gracias a la desahogada economía familiar y al beneplácito de sus padres, cuya cultura y sensibilidad ante lo artístico resultaron fundamental en su etapa de formación, Henri Toulouse-Lautrec pudo desarrollar sus aptitudes artísticas desde niño. Mostrando gran afición por el dibujo, especialmente de animales, por lo que, sus padres le pusieron un profesor, René Princeteau que, con el transcurso del tiempo, reconociendo la gran habilidad de su estudiante, le aconsejó inscribirse en el estudio del pintor académico León Bonnat. Entonces, con diecisiete años se trasladó a París a formarse en el taller del retratista Léon Bonnat. Fue destacado alumno de Bonnat, hasta que éste cerró su estudio un año después.

Entonces, entró como discípulo de Ferdinand Cormon, ocasión en que conoció al holandés Vincent van Gogh, de temperamento inestable, pero de gran talento, con quien mantendría amistad. En la academia privada de Cormon, también coincide con Emile Bernard. Eso no era una casualidad, era una causalidad; era un momento del nacimiento de grandes exponentes de las artes plásticas, que venían al planeta para innovar y abrir camino para los artistas de los siglos posteriores.

En poco tiempo, Toulouse-Lautrec, abandona el estudio de Cormon e instala su propio estudio en el corazón de Montmartre, en el mismo edificio en el que trabajaba Degas. Uno de los grandes dibujantes de la historia, por su magistral captación de las sensaciones de vida y movimiento, especialmente en sus obras de bailarinas, carreras de caballos y desnudos. Rápidamente, Degas llega a ser el referente más importante para Toulouse-Lautrec que se sentía atraído por los mismos temas que él, las bailarinas, los caballos, etc., pero entre ambos existían marcadas diferencias. Degas representaba un mundo mecánico, reiterativo y monótono, mientras que Toulouse- Lautrec pintaba movimientos específicos y fugaces, utilizando una técnica rápida.

También, son parte de su producción artística el mundo de la cultura, es decir, la prensa, las revistas de arte, los libros, las exposiciones y el teatro que, y en ocasiones, esa producción más erudita, se veía eclipsada por las luces deslumbrantes o por la morbosidad de los cabarets y burdeles.

Así como sus bocetos y cuadros al óleo, sus litografías y carteles hacen de Toulouse-Lautrec, un artista completo interesado por las innovaciones técnicas de su época. En sus posters y grabados recupera el espíritu de su arte, pleno de color y belleza, siendo que sus carteles están entre los primeros carteles publicitarios de finales del siglo XIX y él es considerado el precursor de la publicidad moderna.

Toulouse-Lautrec, no sólo fue un artista de la noche, sino un pintor cronista de su época, ya que, con las innovaciones y experimentaciones en el mundo de la litografía y la cartelería, logró retratar a la perfección el barrio de Montmartre y la vida parisina, siendo considerado, por tanto, como el cronista de la Belle Époque. Fue Baudelaire quien le adjudicó el término de “pintor de la vida moderna”.

Es necesario hacer un paréntesis para recordar que, a los catorce años, Toulouse-Lautrec se rompió el fémur izquierdo a causa de una caída y al año siguiente, se rompió el derecho. Sus fracturas no soldaron adecuadamente y sus piernas no crecieron más. La consecuencia fue una figura deformada, su tronco siguió desarrollándose con normalidad, pero sus piernas quedaron cortísimas, quedando con 1,52 metros de estatura. Manifestándose una rara enfermedad genética de nombre picnodosistosis, la cual afectaba gravemente a la salud de los huesos, haciéndoles enormemente frágiles. De hecho, dicha enfermedad ha sido bautizada, como síndrome de Toulouse-Lautrec.

La condición de deformidad física fue de importancia crucial sobre la manifestación de su carácter, ya que representaba una enorme frustración, origen de infelicidad y constante amargura del joven pintor, que siempre repetía: «Soy feo, pero la vida es hermosa».

Federico Fellini lo describe así: «... este aristócrata despreciaba el mundo ideal y sano, y creía que las flores más bellas y puras crecen en terrenos yermos y en las escombreras. Le gustaban los hombres y amaba a las mujeres, la gente auténtica, los curtidos por la vida y los heridos del alma. Despreciaba a las muñecas con maquillaje ya que odiaba la santidad aparente y el artificio más que cualquier otro vicio. Era sencillo y auténtico, magnífico en su fealdad...» (Néret 2009: 7)

Toulouse-Lautrec, se sumergió en los excesos como el alcoholismo, por la adicción a la absenta o ajenjo, apodada la Fée Verte (El hada verde) o también apodada el diablo verde, además, al ser un cliente asiduo de cabarés y de trabajadoras sexuales, adquirió sífilis, enfermedad incurable en la época.

En la década de los noventa del siglo XIX, él viajó al Reino Unido, conociendo en Londres al escritor, poeta y dramaturgo irlandés, Oscar Wilde, después pintó el folleto de su obra Salomé cuando fue estrenada en Paris.

Toulouse-Lautrec, heredó de la endogamia familiar la picnodosistosis, que le causó la deformación física, pero también heredó una condición económica que le permitió ocuparse del arte sin preocuparse por la sobrevivencia, como solía ocurrir con los demás artistas.

Su autodestrucción a causa de la bebida fue progresiva, llegando a alejarlo de sus amigos que insistían, vehementemente, en que dejara este hábito. Su carácter se volvió cada vez más intratable y su vida cada vez más solitaria. En ese entonces, se rodeaba de personas poco recomendables, que atraídos por su dinero pasaban largas horas con el artista. Que pese al alcoholismo se destacaba con su arte, se hizo famoso y a partir de él ese lugar visto con cierta opacidad se transforma con los destellos de sus colores. No sólo por sus cuadros y su trazo ágil, sino por esa capacidad de aglutinar la alta cultura y la cultura de las masas.

La muerte le alcanza con 36 años, el 9 de septiembre de 1901, pocos meses antes de cumplir 37 años a causa de una hemorragia intracerebral, cuyo origen probablemente, fue el compromiso meningovascular de la sífilis.

Henri destruido por la osteogénesis imperfecta de origen hereditaria, ya que sus padres eran primos en primer grado y lo hacían primo de si mismo, más el alcohol y la sífilis, murió en los brazos de la única mujer que le amó verdaderamente, su madre.

Después de su muerte, su madre dona su obra a la Bibliothèque Nationale de París, así como al Louvre y otras instituciones. Poco a poco los museos comienzan a adquirir cada vez más obras suyas y en 1922 se inaugura el museo con más obras de Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa Tapié de Celeyran, el Musée Toulouse-Lautrec en Albi. Su madre donó en 1922 a la ciudad de Albi, patria chica de su hijo, el taller de éste, que ahora puede visitarse en el museo del Palais de la Berbie. Con los cerca de 600 cuadros, las 330 litografías, los 30 carteles y miles de dibujos y bocetos que Lautrec realizó a lo largo de su corta vida.

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