Viaja el tiempo. Ida y vuelta, y solo aparentemente.


Va paseando el hombre por plazas metafísicas y entra y sale de cuadros surreales, y solo el arte logra reproducir sus acciones cotidianas, en sus traspiés ver el horror y la poesía que queda en él. Llueve. Cuanta literatura pudo permitirse no ser poder. Solo una forma superior de verdad.

Tal vez es solo el otoño, y las hojas ya cayeron de los árboles. Se puede oír el silencio vivo de los cuerpos, sentir el olor de los campos, y hasta imaginar lo que oculta el profundo paisaje. Una cartulina en viaje con el tiempo. Verosimilitud en el lenguaje.

Ayer leía a un gran escritor, Kenzaburo Oe, el que murió serenamente en su Japón, el país que lo vio nacer y adonde escribió todas sus novelas. Hiroshima y aquel país que soñaba extraído de uno de los sueños de Kurosawa. Soñé durante la noche con Sin novedad en el frente, el horror de la guerra: “Somos dos hombres, dos débiles chispas de vida; fuera reinan la noche y el circulo de la muerte”. Las guerras no dan tregua a quienes las sufren. Y se repiten al infinito.

Me desperté pensando a lo que Elsa Morante había escrito antes que yo naciera. Una conferencia del 1965 sobre la bomba atómica. El mundo tiene una guerra cerca de otra guerra. Nos olvidamos todo lo que defendían Kenzaburo Oe y Erich María Remarque: “El mundo había perdido el sentido común”.

Nos despertaremos mañana y recordaremos que el alma del mundo está en el corazón del hombre.

Maurizio Bagatin, febrero 2024
Imagen: Georges Grosz, Eclipse de sol, 1926

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