Después de la lluvia


El paso es del campesino de ayer, o del futbolista que no llegó a ser. Comíamos panes blancos sin las migas, que lanzábamos a los pájaros que se nos acercaban, como si los conociéramos. El día de Pascua, después de haber comido el chocolate íbamos a escondernos en el entretecho de las casas (lo llamábamos “soler”, en nuestro dialecto, palabra que quizás los jóvenes de hoy ni sepan que quiere decir…) a lanzarnos mazorcas de maíz seco, ya listo para ser levado al molino y volverlo harina. Polenta blanca. La de nuestra zona, la veo aun humeante en la enorme olla y el día después cortada para ir a “brustolar” (calentar) encima de la estufa a leña en la cocina. Pan y polenta, más allá del símbolo y de una época.

“Llovió cuatro años, once meses y dos días”, narra un capítulo del Opus Magnum garciamarquiano, antes de que lleguemos al agosto de una novela que él mismo no quería que se publicara. Esta vez en agosto no nos veremos, parece algo falsado todo el mecanismo perverso del capitalismo, Melquíades ya no vuelve a Macondo cada año.

El día después de la Pascua iríamos a lanzar por las praderas huevos pintados multicolores, comiendo lechuga verde puro y buscando prímulas y violetas en las acequias con aguas aun cristalinas. Los parientes rompían la timidez del invierno con su primera salida al patio; se oían los chismes que se habían ido gestando bajo las enormes frazadas del invierno; hasta el carnaval se confesó: a fin de año vendrían los frutos de esta felicidad.

Ayer me contaron historias de picaros, pajpacus y vivezas criollas. El Bóxer me recomendó que escribiera algo sobre estas figuras tan permeadas en nuestra sociedad. Si existe el termino es porque realmente existieron, le dije, luego vino Lazarillo de Tormes, el Don Quijote, el nuestro Juan de la Rosa para desvelar muchas esencias de nuestra idiosincrasia. A Don Edgar se le vino a la memoria la historia de Ruben Santa Cruz, pícaro y villano de Toco, el que todos le temían, ciudadanos y gendarmes. Una vez atrapado y sentenciado a pagar su pena en una cárcel de Chuquiago, prometió a sus paisanos que volvería para la fiesta del pueblo, que vendría a pocos meses de su captura. Y la promesa con sus paisanos se cumplió, apareció a los dos, tres meses, en su sempiterna figura de astuto rebelde sin causas. Miles de estas figuras andan surcando las líneas de nuestros imaginarios, narrando la metis que no fue solo de Ulises. La viveza criolla es un método de sobrevivencia, ranqueras y pajpacus salen a lucir en el sol húmedo de esta mañana, su rebeldía y sus sabidurías, sus necesidades de ser lo que realmente son: pícaro y cumplido Encarno, fulgida y avivada Wayra. Yanakuna es parte de nuestra esencia.

La mañana de los domingos conserva otras memorias, de un día mas lento hasta las primeras horas de la tarde, cuando se presenta el nuevo horizonte en la mente, cuando la digestión empieza a pedir más vino, mas de la sonrisa de la mujer, mas de todo lo que no pudo ser capturado porque es eternamente impalpable.

Maurizio Bagatin, 10 de marzo 2024
Imagen: El Cristo de la Concordia, Cochabamba

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