Soplan y rebomban. Todos los verbos entran en el viento acariciando al elemento esencial. Tal vez no sea sustancia, solo presencia que atraviesa sin materia una materia, el deseo, la luz y la fragancia del instante. No hay silencio que detenga este fenómeno siempre en movimiento. Como el agua con la piedra, vemos lo que miles de años el soplo afable o violento va moldeando.
El viento es la música andina, el solo y autentico musico, el mejor, según el poeta. Si es el paisaje en modelar al hombre, el viento será el cincel, el artesano que ofrece el tiempo en las horas más penetrantes, el cuchillo que va pelando el cutis, aliado al sol pincela en las tardes lo más profundo, la piel. El viento pertenece a un vocabulario milenario: etesios, catabáticos, rachas, vendavales, tormentas, huracanes y ráfagas, sus nombres que asemejan a los mitos, nombres deslizables como el viento...
Ligada a los cuatro puntos cardinales está la rosa de los vientos, que determina treinta y dos rumbos posibles, en diferentes imaginarios penetra…leo libros feroces, donde circula un aire apocalíptico, Elizabeth Kolbert, Paul J. Crutzen y David Graeber, estudios investigativos que destilan los vientos que dirigieron la historia de la humanidad: “largos periodos de monotonía interrumpidos ocasionalmente por explosiones de pánico”. El viento de Emily Dickinson, la tramontana de Eugenio Montale, poesías y la ultima novela de Onetti, sin piedad, irreducible, acumulando arena y sepultando el pasado.
En un pasado, vientos que me pertenecieron, el Siroco del verano y la Bora del invierno, vientos del este que en Tarento cruzaban el Adriático o los que penetraban el Jonio hasta San Vito. Viento de Tramontana que enfermaba a los que creían ya una estación pasada, aquel viento de enero del 1985, invierno de nunca olvidar por su implacabilidad. Vientos fríos y el Ghibli del Sahara que lleva arena hasta los Alpes. En Konani, en el altiplano boliviano, el viento de la madrugada, lo que despierta las piedras y cancela las huellas de la noche y donde moverse es el único remedio, como en las novelas de Botelho Gosálvez o en los cuentos de Oscar Cerruto.
Peinan y despeinan, miles de nombres tienen los japoneses por sus vientos, y mil miradas los tuaregs del desierto por descifrarlos; el yapuchiri los va describiendo mirando un ocaso u observando las estrellas bajísimas en el hemisferio ecuatorial. Los mas viejos de mi pueblo se ponía un dedo en la boca y al sacarlo sentían la fresca calidez del soplo para entender de donde el viento llegaba.
Donde se generen, de donde venga realmente su raíz está solo en los nombres, en el camino que recorren, en la memoria que nos transmiten, en su musicalidad, a veces, en su falso silencio.
Maurizio Bagatin, marzo 2024
Imagen: Eduardo Chillida, Peine del viento
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