Amalia Caridad Cordero Martínez / Cuba
Unos vecinos pidieron a mi padre que me llevara a su casa para que le hiciera una tarea a la hija de ellos. Yo cursaba el sexto grado. Consistía en un texto sobre las palmas. En mi barrio todos crecimos frente a un palmar centenario que bordeaba la línea del ferrocarril por lo que no me fue difícil escribirlo. Pasado el tiempo llegué a la conclusión de que fue el primer texto fuera de las tareas escolares y por encargo. Desde aquel suceso, del que salí con una sensación desagradable, que no sabía explicarme, pero se quedó en el recuerdo, pasaron décadas, hasta que decidí escribir experiencias.
Mi profesión de maestra me alumbró acerca del valor de las vivencias como recurso de apoyo en las clases. Entonces fui haciendo anotaciones de lo que me impresionaba en el diario andar. Por ese camino me encontré con los libros y comencé una aventura que no termina. Admiré a los escritores que testimonian su paso por la vida. Entre ellos disfruté de sobresaltos, temores, sueños mezclados con desvelos al tratar de correr detrás de un título o una idea a la vez que tejo los sueños con las ideas que llegan de un mundo que no calienta hoy mis manos, pero continúo tras él con pesares y añoranzas.
Un buen día, de esos con los que la vida nos estimula conocí al ingeniero Eduardo Pedraza. Recién había recibido un premio literario y publicado su libro. Lo felicité. —Es sobre la Campaña de Alfabetización, —dijo. Entonces me abordó: —Si tú alfabetizaste, también puedes escribir sobre ese tema. Comentamos al respecto y así quedó sellada la invitación para que me uniera a su taller literario. Me entusiasmó la idea. Era la oportunidad de remover los recuerdos; la propuesta fue muy tentativa. Anhelaba que mis descendientes conocieran las historias, los tropiezos y cómo había llegado hasta donde estoy y por qué había visitado y vivido en tantos lugares en mi país.
Una preocupación me asaltaba: —¿Tendría yo la capacidad para poder expresar de forma convincente y literarias mis experiencias, frustraciones o añoranzas? No estaba convencida. Ahora cómo empezar. Entones imaginaba el cruce de un río donde el agua pretendía llevarme con ella, el idioma de los bosques que traduje por el canto de sus aves y las ráfagas violentas que el clima nos ha traído. Así aprendí a absorber la poesía de la naturaleza y que de alguna manera y como imágenes se refleja en mis textos. Concluí que mucho tendría que leer mientras la meta de poder escribir mis vivencias se mantenía latente aunque en los inicios la redacción salía más didáctica que literaria.
Entonces saqué de las gavetas un diario, escrito hacía dos décadas atrás. En esas andanzas fui reuniendo ideas y elaborando nuevos textos. Poco a poco entré en este mundo de escribir donde he descubierto el por qué cada día me atrapa este impulso de reservar un tiempo para sumirme en lo que es mi refugio. En él, en la escritura, aprendí a buscar las mejores formas de comuniame, identifiqué que mi independencia, esa que es el espacio donde me libero para reunir los retazos de mi ida, y he encontrado una soledad que recompensa. Se estimula mi cerebro para generar nuevas ideas al escribir y al de revisar lo escrito. Al concluir una obra mi espiritu se ilumina en la satisfación de que no he descuidado algo importante de mi vida con el que pretendo dejar testimonio de mi tiempo y mi época a través del accionar como ser social. Ese es el camino que he elegido.
Para mis temas no tengo preferencias, pero en todos la inspiración llega de mi observación de la dinámica de la naturaleza con las que barnizo experiencias de mi vida personal y profesional que llegan a través de sucesos que pude disfrutar o sufrir.
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