Claudio Ferrufino-Coqueugniot/LE COQ EN FER
Entre el placer de leer la prosa de Tom Wolfe en La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop y música isabelina/jacobina, el cielo cae a pedazos. Atravieso la entrada del motel donde danzó tu cuerpo enlazado y estrangulado como Laooconte por la serpiente. En el horizonte del panorama hay un rojo tenue de huminta con ají. Ya del sur no viene lluvia, el polo antártico se ha alejado hasta hacerse ficción de comics. El Endurance quedó en mito, las pústulas de la helada subidas a la piel también. Sobre la tierra de Ross, Robert Falcon Scott escribe. Si poemas o diario de viaje poco importa. Heme aquí aterido por la brisa que desciende de la cordillera; la soledad, por lo general bermellona de contento, carga hoy rictus de misa solemne. De poco valen los acordes del tiempo de la reina virgen, la empolvada, casi siempre alegres. Pinceladas melancólicas del aire rememoran paseos por el Prater vienés. Y eso que hablé, algo impetuoso, de la posibilidad de subir los Cárpatos en Uzhhorod y cruzar a Hungría. A qué vendría ese aire de montes rumanos cuando el mediodía avisa que por la boca de lobo en la que taxis descargan parejas en objetivo de cópula no hay rastro de ti; tu aroma ahogado por el de sempiternas frituras, árbol muerto de paraíso.
Doy vuelta en los dedos una piedra con esmeralda escondida. Sublima la soltura con la que escribe Tom Wolfe y aunque yo llegué al pop con veinte años de retraso, todavía se sentía en los viejos maderos del Vesubio, en San Francisco, la decadente gloria del estío. Igual que en Cochabamba, allí estabas, envuelta en sábanas de hotel chino e inmenso desayuno americano, tocino, huevos over easy, hashbrowns, café, jugo de naranja, tostada de pan amargo, mantequilla, tabasco, mermelada de fresa y uva, crema. Cuerpo albo sacrificado a cientos de horas, poco lo ofrecido para recuperar aquello perdido. North Beach despertaba al día de semana y nosotros exigíamos que la noche y sus vicios continuaran para siempre. Nos negamos al miércoles y al jueves, pero el viernes se desmoronaba con angustia de verso de John Fante. Cuando subí al avión llovía, y nevaba en la pradera de Denver, el frío perseguía el espinazo y parecía que la guillotina de acero bruñido lamía el nacimiento de mi espalda. Finalmente cayó sobre mí y no hubo la altiva carcajada de Dantón, solo silencio de lata vacía movida por vientos irreales.
Entonces poseí a Daniela y la sombra colorada de su vientre crepuscular me sugirió campo de grosellas. Strawberry Fields Forever. El cuervo ya no grazna nevermore. Forever young.
Surfistas de la California de los años sesenta, ajenos al hervor de los conflictos sociales, a negros levantiscos y borrachos, a la guerra del barrio de Watts. Del borde del camino observo leones marinos en grupo. Bañistas cerca de ellos, intuyo lo resbaloso de las rocas por el color. Y el olor. El olor. El olor. Amo la naturaleza pero ni a fuerza me meten al ruedo. Espasmos correrían por mi cuerpo al tocar mis pies la roca ensalivada. Gritan los leones marinos en una encrucijada no lejos de San Diego. Majestuosos eucaliptos jamás podados exhiben cortezas lisas de sepia acuarela, de gris y verde verdoso. El objetivo es viajar hasta Ensenada pero nos detenemos en Tijuana bajo un retrato de Nahui Olin, Carmen Mondragón, más un filete de pez espada con cerveza cuyo nombre olvidé. Monstruosos pulpos de Ensenada, José Alfredo Jiménez le canta a su carretera en una bella canción. Arena y mar, mar y bajeles pescadores. Hombres con aguja de hueso reparan las redes y me ha parecido desde que tengo razón uno de los espantosos trabajos de la humanidad.
Calamares sin memoria.
El cerro está florecido de pasto. De Chocaya bajará agua en torrente. La bebíamos en la adolescencia cuando la gente no había poblado el espacio, cuando todo pertenecía a la posibilidad, cuando la forma era suelta como greda húmeda. Después, a manera bíblica, comenzaron a fabricar figuritas de plastilina, naranjas, azules, rosadas. Siguieron casas y automóviles teñidos por temprano hastío que preveía debacle. Sombra de sotana de cura vino la noche larga. No se escuchó el líquido. Viento tísico por las quebradas de Liriuni, Francine cubre sus muslos, no quiero que me devore la melancolía, dice, bastante tengo con los callejones de Yorkshire, vámonos.
De tus piernas crecía arroyo.
Luna de Leeds, de mazapán.
He tomado un colectivo de los antiguos, pintado de rayas rojas y azules, de unos cinco metros de largo e incómodos asientos en su interior. Viajo sin descanso, mis acompañantes se suceden, con sonrisas y sostenes de encaje. Cuando llego al destino final en la plaza llamada de los corazonistas aguardo en vano al pie de la puerta de entrada. Fui el último en bajar y luego de mí, nada. Reviso debajo de las piedras, nada; levanto a los perros dormidos y tampoco. Un muchacho ofrece empanadas con fuerte olor a cebolla retostada. A solo cincuenta centavos, joven. De pronto me han dado ganas de rezar. Subo apesadumbrado por la Hamiraya hacia el norte. Si solo ayer estabas en la cima de una roca y debajo de tu vestido había vestigios de penumbra, si te bañabas en las cálidas aguas sulfurosas y el oscurecer te vio desnuda y te quiso seducir. Pero caíste dormida en brazos y permití que la botella de vino se vaciara en el piso para no despertarte.
Parecía sangre.
Miserable alojamiento de la calle Nataniel Aguirre abajo. Habitación de tu postrer amor. De pronto navego el Titicaca y de un teléfono me dices adiós. Balbucea el oleaje y creo oír tu entrepierna enfebrecida. Vendrán discursos de la guerrilla peruana, absurdos planes de combate en la embajada de Cuba. Ni a mí mismo suelo vencer, tu despedida tamborilea en mi nuca a manera de marcha militar. Bayonetas que ni deseo adornan mi carne de sortilegios, hacen de mis sueños fantoches carnavalescos. Abandoné tu lecho cubierto con piel de oso de los Pirineos para esta hambre, te largué al solaz de los cabrones. Al fondo del silencio tarareas una letra de José Luis Perales y dices que aún piensas en mí.
San Antonio, de carey seco, gemía.
25/01/2025
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Imagen: Pietro Perugino, fines del siglo XV, principios de XVI
1 Comentarios
No sé que decir , sólo que he leído completo este trozo ...y que no estoy arrepentido de haberlo hecho. También recordé que en el Liceo 6 de San Miguel, Santiago Chile, había un alumno de apellido Ferrufino
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