Las cámaras de la estación


Márcia Batista Ramos

Se supo, gracias a las cámaras de vigilancia de la estación del ferrocarril, que, dos días antes, ella estaba en la estación y el tren, que de costumbre andaba demorado, tardaba en llegar. Las personas en el andén, miraban el reloj y movían las manos con indicios de ansiedad. Las palabras que salían por un megáfono parecían ininteligibles a los oídos preocupados por el retraso del tren. Mientras que ella miraba a la persona que barría lentamente, sin preocuparse con el reloj, como hacían los demás.

Los segundos, se confundían con la eternidad y las palabras que brotaban del altavoz recordaban a una cacofonía sin sentido. La ansiedad se manifestaba en suspiros… Algunos daban dos pasos hacia adelante, otros daban un paso hacia atrás. Nadie miraba hacia el cielo hermoso, tampoco se percataban si había o no una paloma volando en el aire.

Mientras tanto, existían ojos que miraban todo, registraban todo, incansablemente…

Dos días antes, ella tenía la mirada hermosa como el cielo y sonreía. Además, ella guardaba sueños bajo la cabellera y estaba allí en el andén observando la persona que limpiaba con la mirada perdida, como quien lleva un muerto en el pensamiento, barría sin percibir que juntaba las palabras que el altoparlante vomitaba sobre todos los presentes.

La eternidad de la espera aumentaba el retraso del tren. El día claro con cielo azul, imperceptiblemente, precedía al invierno.

Los ojos que miraban todo, rastreaban todo, incansablemente, registraron el preciso momento en que, dentro del basurero la bomba explotó y ella alzó vuelo en pedacitos inimaginables. La estación regada de cuerpos y sangre se paralizó en silencio por segundos, para recibir al tren que ya no tardó en llegar.

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