Retorno al país del salitre


“Intentamos esconderlo de cualquier modo,

pero siempre aparece el lirismo.”

Jonas Mekas



Vamos y volvemos sobre nuestras huellas, nuestras heridas, nuestras alegrías: esa es la vida, un ir y venir incesante, y por eso volvemos siempre a los lugares amados: el país del salitre

Dominios irredentos del sol que hacha, el sol que te hace sentir su majestad y su gloria y de la piedra que se desliza, se quiebra, se transmuta y un blanco tapiz, que, en invierno, lo cubre todo: no es nieve, es salitre

Salitre: sientes como te penetra por la boca y te invade, sin clemencia, un sabor amargo, acre, desasosiego puro: aquí no hay piedad para nadie y dime: ¿Por qué debería haberla? Ni siquiera hay pájaros…

Es el reino mineral el que te asedia y tu cuerpo se rinde: primero la garganta, luego los pulmones y el estómago, sabes que es el salitre, invasor y homicida, el que te atosiga, pero igual insistes: caminas y caminas, vas y vuelves sobre las mismas pasiones, los mismos blues, los mismos labios resecos, como todo aquí, en el país del salitre…

Y te preguntas, como el gran Levy, te aguijona ese ¿qué hago yo aquí? ¿Por qué no estoy en la sala tomando brandy o en el cine viendo películas[1] o dentro de una heladera donde no me ataque el microscópico polvillo que entra y perfora tus poros?

Entonces, el advenimiento, la epifanía, la redención, como siempre

Vamos y volvemos por nuestras grietas, por nuestros pesares, por nuestras dichas porque ahí y sólo ahí sientes que estás vivo

Vamos y volvemos por nuestras ilusiones, nuestros malestares, nuestras canciones y cicatrices porque ya sabes que no hay manera de eludirlas porque, reina mía, aunque lo niegues, aunque intentes evitarlo, siempre aparece el lirismo -la verdad-, más allá de todo padecimiento, más allá de la desgracia que agobia y acosa

Ya que, ¿qué sería la vida sin la poética del salitre? ¿Acaso no fuera esa estúpida y absurda redundancia a la que quieren condenarnos? No, mi amigo, eso déjaselo a ellos, para nosotros la única redundancia que vale es la del valor,[2] la del coraje, la del amor salvaje por el salitre y el viento, por el sol y la piedra, por lo que verdaderamente nos hace sentir vivos, por lo que verdaderamente nos hace sentir humanos.


Pablo Cingolani
Antaqawa, 6 de julio de 2025



[1] En zig-zag: Qué se puede hacer, salvo ver películas, tema de Charly García y La Máquina de Hacer Pájaros, 1977, segundo año de la dictadura genocida de Videla, Argentina.

[2] In memoriam 68, Ricardo Labanca, amigo y compañero de militancia, quien me introdujo en la lectura de Timothy Mo.


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