De cuantos hechos ocurren en un día


La señora bajó del colectivo y me miró. “A usted lo conozco desde que era jovencito”, me sigue mirando y continúa hablándome segura de que la persona que tiene al frente es la que reconoció después de mucho tiempo: “Usted venía siempre hasta Jaihuayco, donde la inmobiliaria de Doña Saturnina…”. “Sí”, le respondo, “efectivamente ha pasado mucho tiempo”. La saludo y me voy por el otro lado de donde la señora se está dirigiendo. Nunca la había visto antes en mi vida y probablemente nunca más la volveré a ver. De estas equivocaciones están hechos los días. A veces pienso que algunas personas lo hagan a propósito para tener con quienes charlar, para romper sus soledades o simplemente para ofrecerse un momento de esplendor adentro de tanta gris mediocridad de sus vidas.

El día 19 de octubre en Bolivia la población fue a votar en segunda vuelta para elegir su presidente y su vicepresidente. Y la población fue a votar masivamente, así indicaron la noche misma los informes del Tribunal Supremo Electoral. Ganó la democracia, muchas instituciones nacionales e internacionales recordaron así el logro democrático del sufragio, hoy universal y obligatorio. El día 20 de octubre vi una infinita cola frente a la Corte Electoral Departamental. De inmediato pensé que todo cuanto había oído y leído sobre el proceso electoral ya se había ido desmoronando. Pensé que las protestas habían iniciado, cuando en el bus que me estaba trasladando, alguien murmuraba que en realidad eran los inscriptos al partido que había gobernada durante casi veinte años, los cuales estaban haciendo cola para anular su pertenencia al partido del antiguo régimen. “Borrón y cuenta nueva” pensé, así se reduce la democracia, uno es blanco hasta ayer y hoy se transforma en rojo, por necesidad en muchos casos, pero creo también por ontología, por idiosincrasia en la mayoría de los casos.

Seguimos hablando de crisis y siguen creciendo los monstruos de hormigón. El poder nunca tuvo y nunca tendrá varita mágica, “gobernar significa hacer descontentos” decía Anatole France. A pocos días de haber formado un nuevo gobierno ya el pueblo reniega y protesta. Nuestra esencia no ha cambiado.

La cancha es una mina de oro, cuántas veces hemos oído este refrán. Ahí se vive las veinte y cuatro horas del día, con yapa más. No creo exista otro lugar más emblemático para el capitalismo en la Llajta, todo se encuentra menos lo que aun no existe. Al fondo, al final de La Pampa un señor, beniano de origen, sigue recolectando vidrio, frascos, botellas, libros escolares, revistas antiguas, cachivaches. Hoy encontré un libro de Stefan Zweig, Tres maestros, de la editorial TOR de Buenos Aires del 1941, una joya. La prosa de Stefan Zweig no necesita comentarios sino el recordarla, inmenso lector de los clásicos, nos ha siempre regalado profundas lecturas de sus maestros. Esta vez se trata de Balzac, Dickens y Dostoyevski, tres auténticos monstruos. Pagué diez bolivianos y me pareció una ofensa para el autor, como también para el señor de origen beniana que transcurre todo el día entre memorias y recuerdos.

Casi llueve. El limpiador de parabrisas de la esquina de la Beijing, el frutero del Norte Potosí que empuja su carrito lleno de bananas y de papayas y la señora que ofrece dulces se van retirando. El mecánico de motos se ha dormido con su cabeza encima de un asiento de una moto china, los policías de tránsito se están aprovisionando de coca machucada para las batidas de esta noche. Detalles de una jornada de feriado que ya casi nadie recuerda, la batalla de Aroma, así tan lejos, en este caos, ruidoso, silencioso y andante donde hasta la posteridad parece haber muerto.

Maurizio Bagatin, 14 de noviembre 2025
Imagen: El libro de Stefan Zweig, Tres maestros

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