Días pasados escribí sobre recibir cartas, este momento tan poético que ya está entre las muestras de piezas de nuestra arqueología. Reliquias de una actividad que un tiempo creó famosísimas epístolas, entre ilustres autores y fantasmas anónimos.
Memorias de Adriano es una larga carta escrita por el emperador Adriano y dirigida a Marco Aurelio, su sucesor. Es una novela de infinita belleza, cuando uno la vuelve a leer descubre siempre algo nuevo, algo que en sus anteriores lecturas no había subrayado. Es una epístola que vale ser subrayada en su totalidad. Y así muchas otras “cartas” y muchos epistolarios, donde confesiones y sentencias, amargos tonos de persuasiones, elegantes y vanos cortejos y encomiables despidos van confabulando con sus receptores. Las cartas son verdades y son mentiras, viajan con el estado de ánimo de la época en la cual fueron escritas, y se ofrecen hoy como el color del papel que la detiene. Sepias, amarillas, desgastadas.
Ritual romántico y revolucionario al mismo tiempo. Encontrar una carta del pasado es siempre una emoción. Debe haberse concentrado en ella el pathos de los amantes o la rabia del desafío entre contendientes o entre amigos, que tal vez a los pocos días se volvieron enemigos. Dictadas o escritas con manos propias, fluyen en ellas tintas y lágrimas, sudor e ira. En el papel podemos seguir viendo una geografía abstracta pero fiel a la mano que la escribió; el tiempo de su escritura, los pequeños movimientos de las manos, la luz y el silencio que acompañaron todo este habito así tan simple, así tan normal.
Una carta en una botella, puede que sea la última esperanza de salvación. Anónimo remitente con un desconocido final. Una carta anónima que atribuye un crimen a un ignoto y tal vez hasta mañana un secreto malhechor. Una carta perdida que declaraba un amor, una paz, una guerra, un secreto, un adiós.
Así inicia una carta que escribí hace treinta años atrás a mis padres desde la brousse de Bagam, en Camerún: “Queridos padres, los alcanzo a través de esta carta…”. Una carta puede tocar desde lejos, acariciar a la distancia, llegar donde es imposible llegar físicamente. Las cartas son las palabras ausentes y la ruptura de la timidez, disuadir el silencio y ganarle al miedo, unas propuestas imposibles, unos avances de otras maneras inalcanzables.
Kafka escribió una tremenda Carta al padre y Heidegger “dulces e ingenuas” cartas a su alumna Hannah Arendt. Cartas son las epístolas de los apóstoles y líderes cristianos a comunidades y personas, instruyéndolas en la doctrina, la moral de vida cristiana y cartas son las de Paolo de Tarso que va dirigiendo a Romanos, Corintios y Tesalonicenses, entre otros. Y estupendas son las también invalorables cartas de la correspondencia de Hölderlin.
Las cartas han sido trágicas, anunciando una guerra y la muerte y otras veces irónicas o farsescas. Sabemos, la farsa es la versión moderna de la tragedia griega. Una carta llega anunciando una sentencia de muerte o un nuevo amor, en una carta puede definirse el destino de una vida y de una entera nación.
Las cartas se abren y se cierran con palabras, y sin embargo pueden encerrar el silencio.
Maurizio Bagatin, 18 diciembre 2025
Foto: Cartas enviadas desde Bagam, Camerún


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