El de la Gavia

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

En uno de los monográficos del periódico Liberation, a la pregunta que respondieron cien escritores, ¿Por qué escribo? Álvaro Mutis dijo: Escribo por asco.

Esta breve y rápida contestación me condujo a insistir en la reflexión que propone el monarquismo declarado del poeta y su obra literaria.

Ese concepto o sensación del asco podría vincularse con las agudas anotaciones que destellan en su espléndida conferencia sobre la desesperanza. No hay desesperanza neutral, sin rechazo. El desesperanzado se resiste a los consuelos mezquinos de un mundo que se desmorona.

El poder del asco lo recibí al leer el seguimiento de las errancias de Maqroll el Gaviero que aparece en el Diario de La nieve del Almirante. Es un episodio en el lanchón con la hélice averiada por el fondo de raíces. Embarcan una pareja de indios. La mujer, mientras Maqroll duerme se acerca. Él recibe un olor a “limo en descomposición”. Una “inocencia nauseabunda”. Al entrar en ella sintió “una cera insípida”. Y así hasta la náusea que frustra la conclusión del acto y lo conduce al vómito.

Sin buscarlo volvió una imagen que en alguna de las conversaciones de noches de aguacero, el poeta narró para referir uno de sus sueños persistentes. Aparecía Marilyn Monroe, desnuda en una cama vasta, relajada y boca arriba, mientras de la entrepierna coronada con los estambres dorados de un durazno, fluía sin detenerse la nata gruesa de una sustancia de chocolate derretido.

Entendí que ni siquiera la exaltación de la carne, su fugaz consuelo que la memoria pesca infructuosa, ofrecía una brecha de posible aventura, de encuentro con sentido en el vacío de los días.

Es probable que ese riesgo, esos pasos en la cuerda sin red de protección, hayan convertido a Álvaro Mutis en un ave rara de la poesía, tan dada en estas tierras a las celebraciones y los elogios de lo pasajero, de la banal trenza que acompaña álbumes y ataúdes. Epitafios de tienda de barrio para anunciar las rebajas de las velas de sebo.

De alguna manera el poeta fue un extraterritorial. O mejor fue alguien que construyó con su poesía una posibilidad de vida, un territorio sin claudicaciones, sin policía ni deslealtades, en el cual se protegía con fiel desesperanza del asco que le provocaba esta tierra y también estos mares que navegó con su capitán Conrad quien le había confiado: Un negro en el alcázar de un barco británico es un ser solitario.

Y también: El arte es largo y la vida es breve.

Por eso se acogió a la antigua institución, de naturaleza semejante a la autoridad tribal, de los reyes por delegación divina. Su decisión, es posible que no haya sido entendida, quizás explique la parquedad contenida de sus palabras cuando recibió el premio Cervantes de manos del Monarca. ¿Cómo celebrar la locura de la libertad ante el designio de Dios?

Ahí queda, con su Luis de Francia, noveno de su nombre, en su último cumpleaños.

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