Taras Bulba

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Vladimir Bortko recrea en filme Taras Bulba (2009), de Nikolai Gogol. Aunque mantiene casi con exacta fidelidad el argumento de la novela, peca de liviano. Al contrario de la épica en la fílmica polaca, y de la otrora soviética, ambas de gran calidad, esta cinta semeja dar un burdo esbozo de la odisea ucraniana en lucha por la independencia -punto de vista eternamente discutido por la contraparte en Polonia-. Bortko elude la poesía de la historia, incluso la de la muerte y el dolor, que siendo explícitos a ratos, despiertan espanto, pero no interés. Taras, el atamán cosaco que en Gogol deja marca imborrable, pierde estatura en Bortko. Lo mismo sus hijos, Ostap y Andrei, reflejos del conflicto en que la sociedad ucraniana se sumió por décadas bajo la férula de un poder invasor.

Hay notable ausencia de espíritu en los personajes. Y hablamos de los zaporogos, de los cosacos los más aguerridos, reunidos en la mítica Sitch, isla del Dnieper, refugio de desterrados y rebeldes, grupo que hubiese merecido entorno de epopeya, y no una simple narración mal actuada y por desgracia llena de música de Yanni o Zamfir que desacredita, no sólo destruye, el tema tratado.

Sita supuestamente en el siglo XVI, Taras Bulba encarna la perenne historia de los hetmans que enfrentaron a Polonia, hasta ponerse más adelante bajo la protección rusa en otra suerte de subyugación, y refiere sin duda a un hecho histórico posterior, en 1648, cuando la insurrección cosaca bajo Bogdán Mielnitski minó los fundamentos de la República polaca, especie de monarquía constitucional bajo Juan Casimiro Vasa entonces, que llevaría aceleradamente a la descomposición del país, y a la primera partición el siglo siguiente.

Taras Bulba no se considera la obra cumbre del escritor, si la comparamos con libros como El Inspector General o Las almas muertas. Sin embargo en términos de orgullo nacional sí lo es; incluso bajo el zarismo y el comunismo representaría el antiguo y anhelado sueño de contar con patria propia. Ejemplificadores fueron los sucesos a tiempo de la invasión hitleriana, cuando Ucrania recibió a los germanos como salvadores. Bortko obvia tal sentimiento y pone en boca de sus caracteres un falso concepto de “rusismo”, todavía inexistente para la época descrita, desplazando el nacionalismo ucranio.

No recuerdo, son casi cuarenta años de su lectura, si Gogol hablaba de Rusia o de Ucrania. Probablemente de la primera, ya que para su tiempo la concepción y realidad de una Gran Rusia era un hecho. Se dice que el gobierno obligó al autor a rusificar el texto por considerarlo en exceso nacional. Las sucesivas revueltas cosacas en la historia, demostraban con violencia que el impulso que resalta en el viejo Bulba contra Polonia, bien podía ampliarse a Moscovia. Stenka Razin, Pugachev, Mazeppa, no eran sólo nombres de bandidos empeñados en desestabilizar al zar; fueron héroes de una larguísima resistencia popular y étnica. Por ello, y no dudo fue la idea de su creador, Taras Bulba representa la vitalidad y el valor de Ucrania, tierra mártir entre tres potencias que se disputaban sus lares: Turquía, Rusia y Polonia, sin contar con la dificultad interna de los tártaros, remanentes de las invasiones mongolas que pululaban por la estepa como hambrientos halcones.

Durante los siglos XV a XVII la tierra extendida entre Varsovia y Kiev, o buena parte de ella, que engolfaba a Rusia Blanca y a Ucrania, sobrevivía como tierra de nadie. Los prados entre los ríos Dniester y Dnieper eran llamados “campos salvajes”. El cosaco no reconocía patronazgos y a su manera dominaba la estepa, compartiéndola con hombrecillos asiáticos de corceles rápidos, con portentosos caballeros lituanos y polacos, con mercaderes judíos, moscovitas, beys de Crimea y sultanes de la Sagrada Puerta. Los asuntos se dirimían en el campo y un ostracismo obligatorio abandonaba estas ricas tierras a su propio amparo, casi como una maldición tan antigua como Alejandro el Magno, y las historias que Heródoto contaba de los escitas y otras tribus misteriosas y desconocidas para todos. Temidas.

Cosacos había por todos lados, en los Urales y en el Don; en Crimea y cerca de la lejana Tashkent, en el país de los calmucos, como bandas errantes. Hasta su inserción en la Rusia zarista, de la que eventualmente resultarían despiadados defensores, se consideraron hombres libres, reconociendo como suya la tierra entre los dos grandes ríos y sus confines, viviendo del pillaje y la defensa; así lo hacían los pueblos de guerra. El crecimiento de la confederación polaco-lituana, que llevó sus fronteras a orillas del Mar Negro al sur, resultó imposible para los jinetes esteparios y la combatieron por cien años sin éxito, alcanzando apenas un trozo de territorio altamente peligroso. Incluso, luego del altisonante triunfo de 1648, los atamanes debieron de transar: con los tártaros, ofreciendo tributo, con los turcos, y al fin con el nuevo imperio que creara Iván, dicho el Terrible, donde se acogieron para ser engullidos, y de a tiempo masacrados, hasta acomodarse en un espacio que los hizo suyos y diluyó sus ansias de liberación.

Bortko, a quien comisionaron desde el gobierno Taras Bulba, parece sólo seguir instructivas de presentar la historia como otra más de las épicas rusas a que nos acostumbraron los cineastas. Eisenstein lo intentó con Alexander Nevski y creó una joya cinematográfica. En tiempos de la Guerra Patria, Stalin le comisionó Iván, como la mejor representación del alma y tozudez rusas en momentos de desastre. Bortko carece de ese talento y sus pinceladas dejan mediocres pátinas que en nada acentúan un carácter nacional y menos se valorizan como obra de arte.

Taras Bulba es finalmente atrapado por los castellanos poloneses y condenado al fuego. Desde arriba de una barranca del Dniester ve huyendo por las orillas a jinetes cosacos. Con su último aliento grita que el futuro traerá un zar para Rusia, y les pide que vuelvan a asolar Polonia en la “próxima primavera”, que él no podrá -maldita sea- ya ver.


08/11/11

Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 13/11/2011

Imagen: Imagen de Taras Bulba de Vladimir Bortko

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