Olía a laurel

PABLO CINGOLANI -.
Para la Negra, para Edith

En el valle, las mujeres llevan flores en sus sombreros y uno siente que cargan el esplendor de la campiña encima de sus cabezas, y todos los recuerdos que acuna cada pétalo, y que eso, las hace más dichosas y las vuelve casi aves, una clase invencible de pájaro. Mientras mi mirada se perdía, deleitada, entre sus felpas, vi a un hombre

Un hombre
Un hombre ciego
Un hombre ciego y postrado en una silla de ruedas, tan maltrecha, que parecía un tren chocado, un colchón destripado, un acordeón que agonizaba

Un hombre que parecía casi muerto
Ciego y postrado en la puerta de un mercado
Y que de improviso empezó a tocar una tambora y a cantar, a cantar desde el alma, a cantar desde sus ojos que sólo ven virtudes en la distancia irredenta, a cantar

Tan triste
Tan profundo
Tan desgarrador era su canto, que me detuve y me quedé escuchando

Olía a laurel, a gloria, a flor de lapacho, de lapacho blanco
Olía a don Nilo mirándolo y conmoviéndose y rogándole en secreto que nunca deje de cantar

Olía a lluvia de caracoles en los oídos
Olía a luz, a veta, a pedernal, a muelle
Olía a tapial, a patas y a vino

Olía al fondo atávico de lo que es un valle
Olía a mote tierno, a amancayas, olía a silencio

Olía a todas esas cosas y a una sola: su canto olía a nadie más que a él

Ahora que le escribo
Yo no sé si este poema me pertenece
O si es sólo de él, si él sigue cantando aquí, sólo para mí, sólo para ustedes
Entre estas palabras que lo buscan, lo añoran, que lo encuentran, lo abrazan

Aunque mañana el y yo, es así: seremos arena, seremos olvido
Acaso, misterio y luna. Acaso, nada.

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1 Comentarios

  1. Anónimo29/3/15

    Una estética muy peculiar, mortecina, sensorialidad de olores, sonidos y tacto (un colchón destripado, un acordeón que agonizaba, lluvia de caracoles) sin adjetivos visuals, muy delicado ese toque, muy bien escogidos los términos (hasta lo de "patas y vino" entona), una armonía dolorosa.
    Con habilidad para saber medir las palabras y colocarlas donde tienen una carga semántica, un escritor puede crear un ambiente, una impresión estética peculiar. Garcilaso de la Vega, el lírico renacentista de los sonetos de amor, se decidió a colocar un vocablo disonante, "somorgujó" en una égloga; su ninfa somorgujó su cabeza de las aguas del Tajo, y el efecto de tal verbo nuevo no fue de grotesquería tanto como de intriga.

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