El deseo de los peces

JORGE MUZAM -.

Mi amigo Gabriel quiere vender su sepulcro en Santiago. Trabajó un par de décadas como portero de edificio en esa ciudad, y entre tantas personas que tuvo que atender no faltó el vendedor viajero que le encajó un sepulcro pagadero en cuotas. Como es un tipo bonachón y sentimental no supo decir que no y se vio durante años sumido en una pesada carga financiera. Lo pagó finalmente y fue suyo, con papeles que lo acreditaban como propietario. Extraño a su modo de ver pues nunca tuvo nada más a su nombre. Problemas que entonces no imaginaba lo trajeron a vivir a San Fabián, entre yermos espinosos y conejos escurridizos. El hecho es que hoy necesita dinero urgente, contante y sonante. Los trabajos andan mal. Los alimentos están caros. Se viene el invierno. Hay bocas que mantener y no habrá suficiente leña. El hambre y las carencias se exacerban con el frío. Gabriel es aún joven, tez morena, algo calvo, tiene dos años más que yo. Está algo jodido de los riñones pero en su mirada no se adivinan amancebamientos mortuorios. La penumbra de sus ojos dice tener demasiados asuntos pendientes con la vida. Asuntos que tienen que ver con la marcha de otras vidas, con alivianar senderos a través de contribuciones tan humildes como significativas. Remontar fracasos no está en su itinerario, ni cumplir ningún sueño propio. Eso queda para la imaginación previa al descanso nocturno.
A ratos lo siento decaer, ensimismarse, como niño abandonado en la Antártica. Ve que a otros les va tan bien. Construyen casas enormes, pagan estudios universitarios privados a sus hijos, renuevan celulares cada mes, tienen perros afganos y compran en las tiendas sin preguntar cada precio. Son los mismos que pasan raudos en sus camionetas lujosas. Rostros prepotentes, despreciativos, casi siempre blancos, como los que se ven en la tele. Le digo que no se engañe por el glamour televisivo, ni por la burbuja exitista de la mariconada política, que la mayoría no somos así y que lo usual es fracasar. Que mis propios sueños se apagaron a medio cielo como bengalas defectuosas. Y muy tempranamente. Le digo que a mi desesperación la arropé de cinismo. Y no sé si es lo más correcto pero me ha permitido seguir viviendo. Finalmente nos reímos. Lo único importante está a nuestros pies, en esta tierra que no se hunde, que nos prodiga piedras para patear tanta ira. Y el resto, ya veremos. Nos hemos propuesto brindar en noches tranquilas, con cerveza y vino tinto, a la hora en que los peces piden deseos a las estrellas fugaces.

Imagen: M.C.Escher, Sky and Water I, 1938


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4 Comentarios

  1. Con esa frase al comienzo derribas dos gigantes con brazos como aspas de molino.
    Y no sólo los peces piden deseos a medianoche.
    Muy bueno amigo mío.

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  2. Una mirada inimitable, se tiene o no se tiene, imposible impostarla.

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  3. Ha captado la esencia de Gabriel en todos sus matices y hasta en el ritmo de sus pestañeos. Excelente narración.

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